Festival de Jerez

Karen Lugo, José Maldonado y Chicuelo: un ‘tres en raya’ flamenco

Karen Lugo, José Maldonado y Chicuelo: un ‘tres en raya’ flamenco.

Karen Lugo, José Maldonado y Chicuelo: un ‘tres en raya’ flamenco. / Miguel Ángel González

Cuando Karen Lugo interpretó en 2020 una vidalita en el espectáculo Lorca x Bach de Shoji Kojima, la bailaora mexicana dejó a su paso un halo de luz inconfundible. Diez años antes había participado en el ciclo Los novíssimos, en 2011 estuvo con el Premio Nacional de Danza Javier Latorre y hasta en tres ocasiones con Kojima, la última en la edición pasada con Toda una vida, pero había muchas ganas de verla en una obra más personal y con mayor presencia escénica. Y ha llegado su momento. José Maldonado, Premio Artista Revelación del Festival de Jerez 2019, y Karen Lugo han dirigido, coreografiado e interpretado Tres piezas, con música original del catalán Juan Gómez ‘Chicuelo’.

Chicuelo ha dejado la impronta de su guitarra, pero también es palpable que es uno de los más reconocidos compositores y productores. Ha sido el guitarrista habitual de, entre otros, Miguel Poveda y Duquende, ha acompañado a cantaores como Enrique Morente, Mayte Martín, Rancapino, José Mercé o Carmen Linares y ha compuesto también la música para espectáculos de Antonio Canales o Israel Galván. Su bulería No te puedo encontrar, tema central de la película Blancanieves, ganó el Premio Goya 2013 a la mejor canción original.

El flamenco como puente de conexión y el escenario como un tablero de juego donde liberar la creatividad. No hay adversarios ni contrincantes, solo aliados en el viaje hacia lo más profundo. Este planteamiento era la base del espectáculo. Y donde a veces los conceptos se pierden tras las formas; en otras, —este ha sido el caso—, estos prevalecen de forma sutil y se dejan ver, a su manera, en la música y el baile.

En Tres piezas asistimos a la creación de tres artistas, pero también al tránsito de tres personas que buscan su manera de estar en el mundo, que recorren un camino en el que hay miedos, dudas y desconfianza, pero también curiosidad, respeto y admiración. Con una escenografía desnuda y un vestuario en blanco y negro, los únicos elementos presentes han sido una alfombra y tres sillas que los artistas no paraban de mover sobre el escenario, un recurso ampliamente explorado que aquí ha cobrado más sentido. La obra transcurre durante un juego de sillas incesante, probando cientos de maneras de conectarlas, haciéndolas encajar, alejándolas bruscamente o tejiendo un equilibrio entre ellas. Todo asiste como una especie de metáfora de la búsqueda, la individual y la colectiva.

Como ya hiciera Marco Flores con los hermanos Alfredo y David Lagos en su deslumbrante Rayuela, donde se creaba una atmósfera de conversación y simbiosis entre el baile, el toque y el cante recurriendo a la alegoría del juego infantil de la rayuela, en Tres piezas, Karen Lugo, José Maldonado y Chicuelo consiguen conectarse entre ellos y no se sueltan en ningún momento. Incluso en aquellos en los que hay desconexión, un hilo parece unirlos. Cada uno sale al escenario con un personaje dentro, y este transmuta y se eleva a medida que avanza la obra. La interpretación de cada uno es completa y nítida. Pasa por sus cuerpos y su baile, pero también se deja ver en sus expresiones y actitud. Esta transparencia es fundamental para entender cómo avanza el juego, permite que el público pueda seguir la partida con la tranquilidad que da saber que no va haber ganadores ni vencidos, solo tres almas buscando la luz.

La primera parte del espectáculo es intimista y a ratos incluso desgarradora. Karen Lugo parece ser un peso muerto, un juguete roto. José Maldonado la impulsa y la sostiene, Karen Lugo confía. Como una pluma al vaivén del viento su cuerpo va enraizándose poco a poco, y es en este momento donde tiene lugar un tour de force, o quizás un tour de fragilidades. Hay sustento y pérdida, hay una pared invisible que separa a dos cuerpos que no paran de buscarse —no sabemos si de encontrarse—. En este momento, la coreografía tiende a los equilibrios y a pequeños malabares, ellos al asombro. La interpretación de José Maldonado es precisa. El artista guarda en sí una concentración que no se tambalea en ningún momento, y con el sigilo de un gato, se muestra generoso y observador con detalles casi imperceptibles que ocurren en en el escenario. Estira la alfombra y alisa el vestido de su compañera, está al detalle pero no sale de la escena. Tras esta exploración, viene un estallido de una felicidad un tanto superficial, en el que bailan un garrotín con aire años 20.

El espectáculo se ha llenado con la presencia de José Gómez Chicuelo, que ha conseguido de forma magistral alentar la escena con la música de su guitarra, elegante y flamenca. Qué manera de regalar una bulería en la recta final del espectáculo, en la que se ha crecido como guitarrista y que ha saboreado lento como artista, sabiéndose rodeado de un público amante del palo festero y estando tan solo a unos metros de Santiago, el barrio gitano cuna de la bulería.

El desenlace, el final de este juego, llega a su punto álgido cuando Chicuelo se envuelve en los sones de su guitarra y Karen Lugo y José Maldonado se sientan en el suelo y se dejan llevar por la admiración hacia su compañero. Como un espejismo que de repente se vuelve real, al público se le desvela un secreto: la tercera pieza era la escucha. Quizás el descubrimiento de esta senda sea la sanación de escuchar al otro, el alivio de un abrazo. Para rematar y salir del laberinto, las sillas individuales se juntan y la alfombra las cubre convirtiéndolas en una suerte de sofá. Compañía y calor para cerrar un espectáculo que indaga en el tránsito y en la búsqueda. La despedida sucede con el sorprendente cante susurrado de Chicuelo, y con unos bailaores que dejan atrás penas y temores y se entregan al disfrute, a la chispa, absueltos al fin de tiempos pasados. Las tres piezas: admiración, escucha, cuidados.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios