Programación Guía de la Feria de Jerez 2024

La crítica

El grito de la tragedia

  • El jerezano presenta Gallardía con un colosal Dorantes.

Si algo hay que agradecer al Festival y a sus organizadores ahora que se cumplen 20 años es la capacidad que éste ha tenido para moldear a los artistas, en especial a los de Jerez. Antonio El Pipa ha nacido y crecido bajo su manto y a lo largo de todo este tiempo ha sabido evolucionar su concepto escénico, y también su baile, por qué no decirlo. Evidentemente, El Pipa es un bailaor singular, con una identidad y filosofía propia y que ahora, a punto de cumplir los veinte años como compañía, no va a cambiar nada de eso. Por eso cuando baile Antonio que nadie espere algo distinto. Tampoco tiene por qué, pues sus grandes éxitos han venido así, a base de desarrollar ese legado que heredó de su abuela y que ha llevado por medio mundo con el porte necesario. Por mucho barroquismo que se quiera crear en torno a un espectáculo, nada es comparable a uno de esos braceos de El Pipa, cuando levanta la barbilla, mira al frente y se mueve con elegancia por las tablas. Más de uno dibujó ayer, con eso basta.

 

En una noche especialmente emotiva para él, porque su musa, la mujer por la que había creado este último espectáculo, la que le había servido de estímulo para “seguir luchando con gallardía”, como recogía una de las letras, Francisca Gallardo, había fallecido un día antes, salió decidido a romperlo todo. Con la mirada perdida y consciente que venir a su tierra siempre es un reto, puso en escena ‘Gallardía’, un montaje con el sello de la casa, y dos caras bien diferenciadas, una más tradicional, bailando por tarantos, rematados por tangos, alegrías y soleá, y otra más contemporánea o alejada de sus cánones habituales. Posiblemente, desde aquel ‘Pasión y ley’, con Lola Greco como artista invitada, no veíamos al jerezano en una versión tan distinta. El contraste ya se comprobó en el vestuario, al que a Antonio le gusta cuidar, y culminó con el desgarrador llanto de Esperanza Fernández (que minutos antes había ejecutado con destreza una malagueña de La Trini rematada por abandolaos)  al interpretar, acompañada por el mágico piano de Dorantes, el himno gitano, Gelem-Gelem. Cuánta tragedia y dolor desprende ese himno... Fue sin duda uno de los momentos de la noche, ver a El Pipa, con su nutrido cuerpo de baile (ocho bailaoras), moverse por esos terrenos con tanta facilidad. El público, generoso como siempre con el artista, lo agradeció.  

 

Con el patio de butacas todavía conmovido ante tanta energía y emoción condensada, Dorantes sacó su partitura más sonada, ‘Orobroy’, tras marcarse previamente un solo excepcional. El inconfundible sonido de este tema, una composición perfectamente atribuible a genios de la música, lo aprovechó de nuevo el bailaor para salir a escena. De etiqueta, con pajarita incluida y escoltado por su cuerpo de baile, Antonio volvió a cambiar el registro. Bonito número, muy conseguido y bien ejecutado sobre todo porque había cuidado bien los detalles, en especial la escenografía. 

 

Con sólo dos momentos, consiguió levantar un espectáculo que en muchas fases resultó algo monótono y con situaciones prescindibles. Lo más difícil se había superado. Sin embargo, cuando todos esperaban el final, se añadieron bulerías (excelente en cuanto a musicalidad, como casi todo el espectáculo en las guitarras de Alba e Ibáñez) y una soleá, muy sentida y con algunos detalles de arte, pero que no hicieron sino alargar y decaer el ritmo de la escena. Aún así, el público de Jerez (porque ayer había mucho público de Jerez, algo que sólo ocurre cuando bailan algunos artistas locales) le despidió con cariño, como siempre ha ocurrido con uno de sus bailaores preferidos. Antonio miró al cielo y para sus adentros: ‘Va por ti Paca’.  

Baile

Gallardía

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