Manuela Carrasco irradia poderío y majestuosidad por todos los poros de su piel. No es habitual ver plantarse a un artista sobre las tablas con ese aura sobre la cabeza. Quince minutos son más que suficientes para ver sintetizado todo su tronío, vigor y temperamento. Es justo en la recta final de Suspiro flamenco, que trajo anoche al Villamarta. Son quince minutos de soleá, de su soleá, y de zapateado por bulerías que hacen que nos olvidemos de todo lo demás. Tampoco hubo mucho más, a decir verdad. Pelo negro oscurísimo recogido en un moño con peineta, mirada altiva, penetrante y cabeza bien alta. Imperial, arranca las ovaciones casi sin pesteñear, con sólo alzar sus brazos infinitos en la soleá. En su soleá. Quince minutos inconfundibles e inmortales dentro de un montaje de poco más de una hora de duración. Breve pero intenso, parece ser el mensaje.
Dueña y señora de un baile entre reposado y centelleante que ella misma compensa con asombroso equilibrio. Lo hace natural y al son del grito telúrico de Enrique El Extremeño, que saca lo mejor de sí mismo en estos instantes finales. Es un baile felino el de la Carrasco que cuando ataca se mueve a una velocidad de vértigo, con unos pies que son taladros que devoran sin remisión las tablas. Es como escuchar dos seguiriyas seguidas de Agujetas en directo. Uno nunca se cansa de beber del manantial gitano del flamenco. Por eso, sin haber sorpresa en Suspiro flamenco, sin haber apenas novedad en la propuesta, contemplar y disfrutar de su baile de siempre, fosilizado como un tesoro arqueológico, nos hace pensar en que esta danza tribal y genuina no debería perderse jamás.
La suciedad de las transiciones y la deficiente iluminación desembocan en una ración de tanguitos de manos de los chicos del cuerpo de baile. Solvencia y poco más en el guruguru de La Niña y en las letras alusivas a Triana, patria chica de Manuela. Cada uno se luce en su solo con entrega y efectismo, pero con poco poder de transmisión. La Susi, cuñada de la bailaora, ofrece un interludio musical excesivo. Su voz arenosa se resquebraja en la vidalita de Marchena y en la milonga de Valderrama. Su eco susurrante y su quejío grave no son nada cuando regresa Manuela solemne, quieta como una escultura de mármol. Cuando se inspira y regala esos quince minutos de soleá de siempre se olvida lo demás. Gira, quiebra la cintura, para, templa, ordena, manda... Los brazos arriba, voluptuosa, soberbia, se prepara para la escobilla por bulerías. El volcán permanece latente hasta erupcionar. Cuando lo hace, cuando martillea punta y tacón, uno quiere que el instante no acabe nunca. Pero ya lo sabemos, quince minutos de Manuela son mucho.
Baile ‘Suspiro Flamenco’ Compañía de Manuela Carrasco.
Baile: Manuela Carrasco. Cuerpo de baile: Agustín Carbonell, Óscar de los Reyes, Antonio Molina, Juan Amaya. Cante: Enrique el Extremeño, Manuel Tañé, Emilio Molina, Rubio de Pruna, La Susi (colaboración especial). Guitarra: Joaquín Amador, Manuel de la Luz, El Ñoño. Percusión: José Carrasco. Coreografía: Manuela Carrasco. Música: Joaquín Amador. Iluminación: Juan Sampedro. Sonido: José Carnacea. Vestuario Manuela Carrasco: Aurora Gaviño. Vestuario bailaores: Agencia Andaluza del Flamenco. Colaboración escénica: Pilar Távora. Lugar: Teatro Villamarta. Día: 8 de marzo. Hora: 21,00 horas. Aforo: Lleno.
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