Espiritualidad del Sábado Santo (II)

Tribuna libre

José Luis / Repetto / Betes / Sacerdote

22 de diciembre 2010 - 01:00

2 Durante el sábado santo - dice el evangelio de San Lucas (24, 1) - las santas mujeres se estuvieron quietas por causa del precepto. En el día del sábado no estaba permitido hacer trabajo alguno. Lo mismo harían los once apóstoles ( no olvidemos que ya Judas se había ahorcado) y es legítima la pregunta sobre dónde estuvieron los apóstoles durante el sábado santo. El domingo de resurrección por la tarde nos dice Juan que estaban reunidos todos, menos Tomás, en un mismo lugar con las puertas cerradas por miedo a los judíos (Jn 20,19). Sabemos que cuando Jesús fue apresado en el huerto los apóstoles abandonándole huyeron (Mt 26, 56), cumpliéndose así la profecía de Jesús que había aplicado a su caso el dicho de Zacarías: "Heriré al Pastor y se dispersarán las ovejas" (13, 7). No obstante esta huida, se nos dice en el cuarto evangelio que Pedro y otro discípulo, seguramente el mismo Juan, siguieron a Jesús ya apresado y lograron entrar en la casa del pontífice a donde Jesús fue llevado. Tuvo lugar poco después el triste episodio de las negaciones de Pedro y mientras Mateo y Marcos sólo señalan la presencia de la santas mujeres en el Calvario, y es Juan quien nos habla de la presencia de la Virgen María y del discípulo amado junto a la cruz de Jesús, Lucas nos dice que "todos sus conocidos y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea estaban a distancia y lo contemplaban todo" (Lc 23, 49). Por ello no pocos comentaristas dicen que los apóstoles, dispersos en un primer momento, cuando supieron que Jesús había sido condenado a muerte, subieron al Calvario y contemplaron la muerte de Jesús. Si esto fue así, como nos parece, lo lógico es que los apóstoles se reunieran en una misma casa y allí, en silencio y profundo dolor, y Pedro llorando sin fin sus negaciones, pasasen el sábado santo. La Virgen María, en su dolorosa soledad, y las santas mujeres estarían sin duda con los amigos de Jesús. ¿Habían perdido estos la esperanza con la muerte de Jesús? Así parecen insinuarlo al menos las palabras de los discípulos de Emaús: "Nosotros esperábamos que sería él quien rescataría a Israel, pero ya van tres días desde que todo esto ha sucedido" (Lc 24, 21), palabras en las no puede menos que leerse una profunda desilusión. Fue, pues, aquel primer sábado santo un día de silencio, de lágrimas, de dolor, de quietud.

Pero si las santas mujeres se estuvieron quietas el sábado santo, los enemigos de Jesús no lo estuvieron y consideraron que pese a ser el gran sábado tenían que prevenir un problema. Dice San Mateo que al otro día de la muerte de Jesús, los príncipes de los sacerdotes y los fariseos acudieron a Pilatos y le pidieron que pusiese guardia en el sepulcro no fueran a robar los discípulos el cuerpo de Jesús y dijeran que había resucitado y entonces "la última impostura será peor que la primera" (Mt 27,64). Pilatos les dijo que la pusieran ellos, y así lo hicieron y sellaron la piedra. Esta es la única anécdota que referente al sábado santo nos cuenta el santo evangelio.

3.- Recordemos ahora qué era del cuerpo y del alma de Jesús durante el sábado santo. El cuerpo santísimo de Jesús, separado no de su divinidad pero ciertamente de su alma, porque Jesús murió verdaderamente y así lo señalan los cuatro evangelios y los símbolos de la fe, fue sepultado al atardecer del viernes santo por José de Arimatea y Nicodemo. Estando ya en el sepulcro, anocheció y empezó el sábado santo, y el cadáver de Jesús, envuelto en la sábana santa que ahora se conserva en Turín, pasó en la tumba toda la noche y todo el día siguiente, es decir el sábado santo, y anocheció, acabando así, según la costumbre judía, el sábado, y empezando un nuevo día y una nueva semana, y toda aquella noche la pasó el cadáver de Jesús en su tumba hasta que en la madrugada - como dice San Marcos (16,9) - resucitó. Debió ser muy de madrugada, porque dice el mismo San Marcos que a esa hora y en cuanto salió el sol las santas mujeres acudieron al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús y se encontraron con que la tumba estaba abierta y vacía y un ángel les dijo que había Jesús resucitado. Fueron, pues, tres los días que el cadáver de Jesús estuvo en la sepultura: unas horas de la tarde del viernes, las veinticuatro horas del sábado y unas horas del domingo, y por ello en el Credo decimos: "Resucitó al tercer día según las Escrituras".

Y del alma de Jesús, que, separada del cuerpo, seguía unida a la divinidad ¿qué fue mientras tanto? El Credo cristiano contesta: "Descendió a los infiernos". No se entienda aquí por infierno el lugar donde están los demonios y los réprobos, separados ya para siempre de Dios, sino aquel "seno de Abraham" del que nos habla Jesús en la parábola del rico epulón y Lázaro (Lc 16, 19 ss) y que era el lugar donde estaban las almas de los patriarcas, profetas y justos del Antiguo Testamento y las de todos los que por no haber muerto en pecado mortal no los mandaba Dios al infierno de los réprobos pero por no haber realizado el Mesías su obra redentora todavía no podían entrar en el cielo, cuyas puertas estaban cerradas a causa del pecado original y no se abrirían sino por el misterio pascual de Nuestro Señor Jesucristo. La bajada de Cristo a los infiernos es un dogma de fe, del cual dice San Agustín: "¿Quién sino un infiel podría decir que Cristo no bajó a los infiernos?" (Carta 164). Hasta llegar la hora de la resurrección, en que volvieron a unirse el cuerpo y el alma de Cristo, el alma de Jesús permaneció en el seno de Abraham predicando el evangelio de la redención a las almas de los santos Padres (1Pe 3, 18). El fruto de esta visita de Jesús y evangelización de los justos muertos fue su salvación eterna: "Que por esto fue predicado el evangelio a los muertos, para que, juzgados en la carne según los hombres, vivan en el espíritu según Dios (1 Pe 4, 6).

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