Ferias del pasado
Jerez en el recuerdo
¿Cómo nace esta feria? ¿De dónde viene? Para contestar a estas preguntas hay que remontarse en la historia nada menos que siete siglos y medio atrás
UN año más y con la primavera ha llegado la fiesta grande de Jerez, su Feria del Caballo. Todo un espectáculo de luz y color, de sensaciones, de cantes, de bailes, de jolgorio, de alegría compartida. Unos días en los que el Parque González Hontoria, solitario todo el año, se torna en efímera ciudad, con sus calles, sus plazas, sus casas, corrales, patios, tabancos, mesones, y ollas de potaje bien guisados en las cocinas. Carruajes, caballos y jinetes ponen una nota de tradición evocadora de viejos tiempos. Muchachas con sus trajes de faralaes, todos distintos y todos iguales, resaltando finas cinturas y poniendo en la feria la más bella nota de elegancia y colorido. Esto y mucho más es la Feria de Jerez.
Pero, ¿cómo nace esta feria? ¿de dónde viene? Para contestar a estas preguntas hay que remontarse en la historia nada menos que siete siglos y medio atrás, y saber que tras la reconquista de Jerez por Alfonso X el Sabio, éste concedió a la ciudad el privilegio de dos ferias francas anuales al objeto de promover el comercio, una en abril y otra en agosto. Las mismas fueron confirmadas por Sancho IV en 1284, Fernando IV en 1308, Juan II en 1412, Felipe II en 1574, Felipe III en 1619, Felipe V en 1701, Carlos III en 1772 y Carlos IV en 1773. Por lo que en Jerez podemos presumir de poseer una de las ferias más antiguas de España. La feria se celebraba en siglos pasados en el espacio que va desde la Puerta Real hasta la calle Francos, zona por tal motivo conocida antaño como Calle de la Feria. Otros lugares fueron también escenario de aquellas ferias, tales como La Merced, Pozo de la Víbora o playas de San Telmo. Hasta que, en 1868, la feria se trasladó a un nuevo y amplio paraje como es Caulina, donde se mantuvo hasta 1902, fecha en la que el alcalde Julio González Hontoria creara el actual parque que lleva su nombre, por lo que desde ese momento las ferias de la ciudad se ubicaron allí definitivamente. A continuación nos vamos a trasladar a lejanas épocas para conocer algo de las ferias de antaño a través de unos testimonios que quedaron escritos.
Pero, ¿cómo una narración de principios del siglo XVII de un caballero llamado Álvaro de Adalid y Córdoba, cuando la feria de Jerez se celebraba en las inmediaciones de Plaza Plateros, Consistorio, Yerba y Escribanos, nos presenta un bello retrato de una de aquellas ferias. Dice así:
"Desde la Puerta Real hasta la calle Francos está convertida la feria, en este maravilloso atardecer de septiembre, en un hervidero humano. Es un río que encauzan las viejas y angostas callejas, habitadas en su mayoría por jubeteros, calceteros y otros honrados industriales que parten a pocos metros de la muralla. El sol que va terminando su carrera, quiebra sus rayos últimos en la espadaña de la torre del reloj y hace brillar fámulas y gonfalones que el viento agita sin reposo. Moros y cristianos, con deseos de terminar sus mercaderías, lanzan sus pregones que ya nadie escucha.
Anochece... Majestuosamente, con clamor solemne de los días grandes, las campanas de templo del Santo Patrón han dejado en el espacio la sonata melancólica del Ave María y los vecinos, a quienes la multa pregonada de esta mañana da presura, han sacado a sus puertas linternas y faroles, que desde sus férreos pescantes envuelven en un extraño y sugestivo aspecto a la fiesta popular.
Se fueron con el sol las horas de mercado. Los mozos que por aquí deambulan, más que una espada de buen temple o emplumado yelmo andan a la busca de unos ojos garzos, de unos ojos negros como la noche, de unos ojos claros como el alborear de un día de mayo; vienen de bulla y de jolgorio. Tal ese grupo de apuestos galanes y bellas damiselas que en la plazuela de Berceras (Plateros) ronda en torno a la buñolera, no ciertamente vieja ni de mala catadura, que ha instalado sus tenderetes humeantes frente a la noble morada del que fue magnífico caballero Álvaro Obertos y de Valeto; entre rubia de aromáticas hojuelas e inflados buñuelos, ni aquella moza de trenzas rubias y basquiña de raso, desdeña de gustar del interior del odre, que va de mano en mano sin sosiego.
Una vistosa comitiva rodeada de hacheros atraviesa el gentío que abre calle con respeto; ufano, enhiesto, a pesar de sus ya plateadas guedejas, sobre caballo de aldaba, fastuosamente gualdrapado, se ostenta Juan Vázquez, Corregidor de la ciudad, que ha probado años atrás con ocasión de las guerras granadinas, su arrojo y lealtad firmísima a los católicos monarcas. Los reverentes saludos que de la nobleza jerezana recibe pregonan su prestigio.
Caballeros y villanos, apenas si pueden distinguirse en estos días; que el bando es terminante y tiene prohibido que ninguna persona traiga armas por la feria ni calles de ella, de noche ni de día, so pena de perder e ser desterrado. No obstante las celosas prevenciones del Corregidor y de los diputados de feria, el vinillo peleón hace de las suyas, y una daga de siniestro brillo ha relampagueado un instante en el grupo de ciudadanos que, con una algazara de todos los demonios, juega a los dados junto al rollo de la plaza; la diligencia de los alguaciles ha sofocado la pendencia, y hombres, cubiletes y el enorme tambor que hacía las veces de mesa han rodado a un tiempo por el suelo, con sólo algunos cintarazos repartidos con airosa destreza.
En el hueco del portal que tiene farolón y escudo, el mendigo de luengos cabellos y de traza tahúr, ha lanzado al aire con voz cansada el romance que empieza así:
Erase un apuesto y noble caballero
de alazán altivo, de espuela de plata
Erase una linda y gentil doncellica
de cabellos rubios, de boca escarlata...
La embobada muchedumbre ha hecho corro al pícaro, y uno tras otro, con alegre tintineo, han repiqueteado en el umbral hasta seis maravedís de cobre".
Otra crónica que hemos encontrado relata en 1884 algunas interesantes impresiones sobre la Feria de Jerez, cuando se celebraba en el Hato de la Carne de los Llanos de Caulina. Esto cuenta el cronista:
"Carece de la belleza y elegante ornamentación que merece este pueblo y su importante riqueza comercial, agrícola y pecuaria. Sin embargo ¡qué hermosura de aquel dilatado llano con vegetación espontánea propia de monte y tierra virgen circundado por un horizonte diáfano y vistoso! ¡Qué tres días de fiesta puramente de campo! Todo es típico y apropiado, genuinamente andaluz y jerezano. Allí las innumerables piaras de ganado se concentran a comodidad. Los tratos se salpican con los más ingeniosos chistes, indispensables en el forzamiento al negocio de los tratantes.
¡Cuánto honor se hacen a las humeantes calderetas, cuyo aderezado condimento sabe mejor con el incitante olorcillo a monte! Es de ver la extraordinaria concurrencia de jinetes, muchos de ellos orgullosos con la gentil compañera en el anca de su cabalgadura. Lo innumerables coches de todas clases entre los cuales destacan los breaks y los peters tirados por dos o tres troncos de briosos y bien domados caballos.
La feria se disfruta realmente durante sólo dos días, pues las diversiones del primero son el tradicional toro del aguardiente que también tiene la golosina de tres premios en metálico, cuyo matutino espectáculo presenta un magnífico golpe de vista con tantísimas muchachas, contadas por miles, ataviadas con el alegre pañoloncito de seda de color. Luego por la tarde las corridas de toros, que de las tres, salimos satisfechos con una sola. Lagartijo, Bocanegra, Frascuelo, Mazantini, Cara Ancha, El Gallo y Joselito. Unos con su arte fino y otros con su valor"
En fin, una feria, la de Caulina, de la que hemos podido descubrir que, sin la belleza y el colorido de la que años más tarde comenzó a celebrarse en el recinto del Hontoria, nos cuenta algo de su gastronomía, de su desfile de jinetes con muchachas a la grupa y de sus coches enjaezados tal como hoy. También descubrimos un festejo denominado 'toro del aguardiente' que no sabemos concretamente en qué consistía. Otro descubrimiento es que el día de las mujeres, los miércoles de feria de los últimos años, ya existía en aquella época; con una diferencia: no se habla de mujeres ataviadas con trajes de gitana o de faralaes, sino con 'pañoloncitos' de seda de colores. Y como no, las corridas de toros, por las que nuestra ciudad siempre sintió pasión desbordada, a cargo de los más afamados diestros de aquellos tiempos.
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