Retrato de antaño

Jerez en el recuerdo

Retrato de antaño
Antonio Mariscal Trujillo

21 de diciembre 2015 - 01:00

A la memoria de mi buen amigo y compañero en la Real Academia de San Dionisio, Adrián Fatou, que tantos retratos rescató del olvido.

¡CUÁNTO cambiaron vida y costumbres en nuestro país y, por ende, la de los jerezanos a través de la segunda mitad del siglo XX!. No cabe duda que la motorización, la televisión o el desplazamiento de cientos de familias desde sus viejos barrios del Jerez histórico a las nuevas barriadas, impulsaron un cambio en las ancestrales formas de ser y de vivir de nuestra gente, lo que propició, ya avanzada la década de los sesenta, el inicio de un nuevo camino hacia la modernidad.

Ello nos da motivo para detenernos en una época concreta: los últimos años de la década de los cincuenta y la primera mitad de los sesenta, para intentar hacer un somero retrato en un domingo cualquiera, que dicho sea de paso, era el único día de descanso tanto para trabajadores como estudiantes, puesto que los sábados como días no laborables llegarían años después.

Eran por tanto únicamente los domingos el día de descanso para la inmensa mayoría. Día en los que una buena parte de la gente salía a primera hora de la mañana, bien para pasear, ir a misa o ponerse en cola ante las taquillas de los cines a fin de sacar sus entradas para la tarde, asegurándose así el único espectáculo, la única distracción que rompía la invariabilidad de lo cotidiano en aquellos años. Ideal ventana esta del cine, desde la que, en una monótona ciudad con afanes de pueblo como era la nuestra, se abría a otros lugares, a otras culturas, a otras gentes, a otras ciudades, a otras historias, a otros amaneceres, a otros ocasos, a otros horizontes, a otras formas de concebir la vida, proyectadas con toda su fantasía, comedia o drama en una pantalla en color por tecnicolor.

El Patio de San Francisco, o lo que es lo mismo, la actual plaza Esteve así como sus alrededores, fueron por excelencia el lugar de encuentro de los jerezanos en las soleadas mañanas dominicales. Ágora popular donde se podía sentir el latido de nuestra ciudad. Allí, en la zona que ocuparon anteriormente unos jardines, se había construido entonces un elegante edificio de viviendas con soportales que todavía permanece presidiendo la citada plaza. En los bajos del citado edificio se instaló a finales de los años cincuenta una moderna cafetería denominada La Bolera. Algo extraordinariamente novedoso por su moderno diseño y amplitud, dotado de una 'barra americana', algo muy distinto al tradicional mostrador de madera o mármol de los bares tradicionales. Aquel local contaba además con otra cosa insólita en nuestra ciudad, tal era una moderna bolera que precisamente daba nombre al establecimiento. Diremos que dicha bolera tuvo poco éxito, no duró mucho, ya que pronto fue sustituida por una sala de billar. Aunque ya había en Jerez algunos grupos de personas que los domingos jugaban a los bolos, lo hacían en un derruido solar al final del Arroyo al que llamaban 'corribolo'. En dicho solar abandonado se practicaba este juego aunque de forma un tanto primitiva y por descontado gratis. Unos años antes se había derribado el cine Salón Jerez frente a la puerta principal de la plaza de Abastos y, posteriormente, la manzana que había detrás asomando a la calle Santa María donde había un emblemático establecimiento denominado Los Madrileños así como el viejo Café la Vega, dando de esta manera una gran amplitud al primer tramo de la calle Doña Blanca. También fue derribada parte de la Plaza de Abastos para levantar el edificio del antiguo Irida y, junto al mismo, la actual Cafetería La Vega. Ésta junto con La Bolera fueron lo más moderno y 'chic' del Jerez de los sesenta, convirtiéndose rápidamente ambas en punto de encuentro y referencia para jóvenes y mayores.

Los domingos al anochecer en La Bolera solía haber baile amenizado por algún grupo musical con un vocalista que interpretaban las canciones bailables de la época. Hoy nos parece muy curioso recordar allí sentados en algunas de sus mesas a padres y madres acompañando a sus hijas casaderas, suponemos que con la sana intención de encontrar futuro yerno. Ahora eso sí, siempre actuando como censores severos, vigilantes en todo momento que el aire circulara libremente entre los cuerpos de la niña y su pareja por aquello de la decencia.

Frente a la iglesia de San Francisco, como algunos recordarán, se veía en aquellos tiempos cada domingo por la mañana a muchos hombres bien arregladitos, camisa limpia y corbata, vistiendo el único terno que poseían, siempre guardado con naftalina en el armario para preservarlo de la polilla, que entre charlas y risas esperaban turno bajo los soportales de la plaza Esteve a que cualquiera de los numerosos limpiabotas, o betuneros como también les llamaban, que allí se concentraban, dejasen sus chapines limpios y brillantes como el charol. A veces daba la impresión que aparte del deseo por dejar los zapatos relucientes, aquello era casi un ceremonial, un lujo de bajo coste para aquellos que tras haber estado toda la semana sirviendo a otros, el día festivo se permitían ser servidos por terceros por una o dos pesetas; porque si no muy bien podían lustrar los zapatos en sus casas con betún y cepillo de forma gratis. Mientras otros en la acera de enfrente o en calle Doña Blanca formaban corro alrededor de algún saltimbanqui, charlatán o trilero que trataba de ganarse algunas monedas con su palabrería, originalidades o engaño. Más tarde, café o copa y tertulia en La Vega, La Perla, Los Gabrieles, La Granja Soler, La Moderna, Los Caracoles, El Bombo, La Moderna o La Española; y como no, en los viejos tabancos de los alrededores. El Número Uno, el Pasaje, Casa Eloy, la Manchega, La Pandilla o Casa Petra se llenaban de parroquianos para tomar su buenos "vasucos" antes de marchar a comer a sus casas. Costumbres inmutables de domingos inmutables de gente inmutable.

En cuanto a los jóvenes, ni botellón, ni movida, ni pubs, ni discotecas como ahora. La distracción dominguera, aparte del cine, era el paseo por la calle Larga, o bien, de la Vega a la Vega y de la Bolera a la Bolera, no había más. Y es que hasta ya entrada la década de los setenta en Jerez no se conoció discoteca alguna o sala de baile, a excepción de algunos esporádicos bailes organizados en el Club San Eloy en plaza de las Cocheras, no recuerdo si había alguno más. Sin embargo, algunos grupos de jóvenes solían organizar bailes en casas particulares, haciéndolo en las azoteas en las cálidas noches de verano, casi siempre bajo la estricta vigilancia de los mayores. Para ello era imprescindible un tocadiscos con sus respectivos microsurcos, aparato que poca gente tenía la fortuna de poseer por aquel tiempo. Por ello, el que tenía uno era como se decía 'el rey del mambo', por lo que siempre estaba 'rifado' para que asistiera acompañado de su deseado aparatito a estos guateques. Las canciones de Modugno, Paul Anka, Marini, Carosone, Cinco Latinos, Dúo Dinámico, Jinmy Fontana o Platers hacían volar nuestra imaginación por un cielo pintado de azul de un soñado maravilloso mundo con Roberta, Diana, Marucella o Caroll. Tiempos evocadores de una época romántica e inolvidable, la misma que hoy se ha dado en llamar 'década prodigiosa', la de una juventud soñadora e ilusionada de unos tiempos felices que tal vez lo fueran.

En fin, un espacio de tiempo que hoy se nos antoja evocador, sencillo y sosegado. Sin humos, sin apenas tráfico, sin ruidos, sirenas ni prisas. De una gente castiza, y de una juventud que miraba hacia el futuro con esperanza, de un período sugestivo, de un Jerez distinto, de un tiempo que para siempre quedó en el recuerdo de aquellos que tuvimos la fortuna de vivirlo.

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