Una cuadra como hogar
Ana, Juan y sus tres hijos viven desde el pasado mes de noviembre en un establo situado en un descampado de El Portal, que han reconvertido en su vivienda · La familia no dispone de luz ni agua corriente ni baño
Los más de 28 años de relación entre Ana Montero y Juan Cabeza se encuentran guardados en cajas que componen la decoración del edificio que llaman hogar desde el pasado noviembre. El resto de la foto lo forman una encimera que rescataron de la basura junto con toda la equipación de la cocina: nevera, lavadora y lavadero. Debajo de un mueble guardan el barreño que hace las veces de bañera y de recogedor, ya que sirve para contener el agua que entra por la gotera más grande del techo. Lo único que le pertenecen son dos sofás y dos camas, donde descansan toda las noches el matrimonio y sus tres hijos: Juanma, de 10 años, Rocío de 16 y María Jesús de 24. La casa se compone de una sola nave, cuatro paredes blancas comidas por la humedad que encierran la dura historia de los cinco componentes de la familia.
Los problemas comenzaron hace dos años y medio, cuando el piso que el matrimonio tenía en el barrio de San Juan de Dios fue embargado, por lo que tuvieron que salir de allí con una deuda de 30.000 euros. Debido a la situación de desempleo de los dos cónyuges, se vieron obligados a alquilar una vivienda en Icovesa. La única fuente de ingresos de Ana y su marido era la misma que hoy día, lo que "reuníamos los días de rastrillo". La familia pertenece al colectivo del mercadillo de la Alameda Vieja, de donde sacan el poco dinero que tienen para vivir. No mucho después de cambiar de vivienda comenzaron los conflictos con el casero, quien manifestaba que los ingresos de las mensualidades no le llegaban. Según Ana Montero, incluso "llegó a robarnos las cartas del buzón para que no viéramos las notificaciones de embargo. Un buen día abrí la puerta, y sin que supiéramos nada, nos encontramos con personas del juzgado que nos querían echar de la casa. Entre lágrimas lo único que pedía es que por lo menos me dejaran una semana para poder recoger mis pertenencias, a lo que el arrendador se negaba".
La situación se puso aún más grave cuando quisieron volver a ocupar su antiguo piso, ya que allí se encontraron a una familia que se había asentado y 'okupado' su antigua vivienda. Al no solucionar el conflicto, la familia se vio obligada a recurrir a la familia de Ana. Su hermano, que trabaja en un campo situado a la espalda del complejo industrial de El Portal, habló con el dueño de las tierras y éste dejó que permanecieran en una edificación que servía en aquel entonces de establo para un caballo. Con prisas tuvieron que adecentar la estancia para poder meter lo antes posible las pocas pertenencias que pudieron traerse de su antigua casa de Icovesa.
Actualmente, la situación del matrimonio y sus hijos no se encuentra en mejor estado que el pasado noviembre cuando tuvieron que comenzar a vivir en aquel establo, con la expectativa de encontrar trabajo o que la situación se solucionase de algún modo. El edificio actualmente presenta una imagen lamentable, por dentro y por fuera. Detrás de las camas y sofás, debido a la cantidad de humedades, tienen tablas para que no lleguen a mojar las colchas y los tapices de los muebles. La realidad se encrudece al tener en cuenta que tanto Juanma como María José tienen bronquitis asmática, "por lo que se levantan algunas noches asfixiados debido a la situación", cuenta la madre. En cuanto a la electricidad, sólo tienen luz por las noches, gracias a un favor de una nave contigua al bloque, "que cuando se van, nos dejan un cable para que podamos poner el calentador un rato o lavar alguna ropa. Por la mañana cuando llegan, ya lo desenchufan y se acabó", cuenta Montero.
El agua lo almacenan en dos recipientes industriales a la salida del inmueble, con la que "nos duchamos nosotros y los niños. Tenemos un bidón en el que nos aseamos, y otro en el que hacemos las necesidades. Mis hijas, al ser un poco más mayores, les da vergüenza e intentan asearse en casa de sus amigas o en la de sus novios". En el caso del agua potable, almacenada junto a la bombona que les permite hacer la comida, las llenan gracias a la fuente situada en la plaza del Cristo de la Expiración en San Telmo, "donde vamos a llenarlas casi todos los días para poder beber".
El frío y la oscuridad del lugar cuando cae la noche "es desolador", cuenta Ana, que sigue explicando que "al llegar las ocho, nos metemos para dentro, cierro la puerta y mis hijas me ayudan a cocinar. Aquí por la noche nos salen ratas bastante grandes y tengo miedo que muerda a mis hijos, que dos de ellos son alérgicos a las picaduras de insectos". La mayoría de la comida que compone la nevera de la familia es donada por compañeros del rastro, así como comprado por lo que recaudan los fines de semana en el rastrillo, "que gira en torno a unos 30 o 40 euros".
Ante este panorama, el problema está afectando psicológicamente a la familia, sobre todo a Ana Montero, que manifiesta haber perdido "más de 40 kilos. Tenía una talla 56 y ya voy por una 48. También estoy tomando medicamentos por la ansiedad y las taquicardias". El padre de familia solo pide "tener una vivienda digna. Quiero poder duchar a mis hijos en cuarto de baño de verdad y acostarlos sabiendo que se van a levantar malos por las humedades". Para poder desplazarse al centro de la ciudad y pedir ayuda a Cáritas o alguna asociación cuentan con un coche antiguo, "que la mayoría de las veces está parado al no tener gasolina". Ya han recurrido en varias ocasiones a Bienestar Social, "pero solo nos dicen que tengamos paciencia y que hay mucha gente en nuestra situación". Derrumbada ante la situación, Montero asegura que "no podemos más. Esto nos está superando. Hoy -por el viernes- mi hijo no ha podido ir al colegio por no tener zapatos. Menos mal que los profesores saben de nuestra situación y nos ayudan en lo que pueden. Lo único que nos haría falta es que Servicios Sociales nos quitarán lo único que tenemos por no poder mantenernos".
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