El invitado que faltó a la Fiesta de la Bulería

La gran fiesta jerezana dedicada a su palo más célebre celebra su 58 edición demostrando que sigue siendo uno de los eventos más esperados del año cultural

Todas las imágenes de la 58 Fiesta de la Bulería

Capullo de Jerez y Dolores Agujetas. / Manuel Aranda
Valeria Reyes

24 de agosto 2025 - 17:36

1.500 personas en el patio de la Tonelería para celebrar esta fiesta dedicada al palo flamenco que Jerez lleva por bandera: la bulería. Así lo pregona el periodista Juan Garrido, conductor del evento y encargado de presentar a los artistas presentes, aportando siempre su particular fórmula que aúna píldoras informativas y palabras de cariño. Una fiesta que celebraba esta semana su 58º edición y que nació al calor de los primeros festivales y encuentros flamencos en Andalucía. Tras haber pasado por innumerables emplazamientos (desde el desaparecido Cine Terraza Tempul al Alcázar pasando por Chapín, Plaza de Toros o Mamelón), parece ya asentarse en González Byass, con formato de gala flamenca, con varios nombres “cabeza de cartel” y muchos otros artistas que completan los distintos números que conforman la fiesta.

En esta 58º edición deberíamos de hablar de “las fiestas de las bulerías”, en plural, y es que la plaza Belén ha acogido por tres jornadas la antesala de esta gran clausura, con un escenario que ofrecía muy buen empaque a los artistas y una pérgola de bombillas que transportaban a una idílica verbena estival de pueblo. Este formato viene a rellenar un hueco que estaba ausente en Jerez, la de una fiesta veraniega abierta y sencilla, participativa y de libre acceso, con el equilibrio perfecto de público —buen ambiente pero sin masificar— y con zona de refrigerio (que por suerte no se ha convertido en botellón). Un mirlo blanco en estos tiempos.

Para culminar esta semana tenía lugar la fiesta madre, la gran fiesta de la bulería, que aglutina cada año una buena selección con artistas de primer nivel, la gran mayoría de la tierra. Esta 58º edición asienta un formato que ha pasado por muchas fases. Atrás quedaron los tiempos en los que el evento se alargaba hasta altas horas de la madrugada dominado por un guirigay constante. Ahora el evento tiene sus tiempos marcados con precisión milimétrica.

Esta 58º edición ha contado con cuatro grandes bloques. El primero de ellos ha sido protagonizado por Diego Carrasco, al frente de la Carrasco Family. El de Santiago daba gracias al Señor por su presencia en la 1ª edición, con tan solo 12 años, y por poder seguir presente en 2025, ya como “gitanito viejo”, como él mismo se define ante el público. Carrasco se corona como el divo de familia que es y sigue explorando su inconfundible estilo musical, que bebe de la gitanería y la bohemia a partes iguales. Entre su gente, Maloko Soto y Joselete de Mushogitano ponían el compás y el cante y Ané Carrasco la percusión, esa que le ha llevado ya por tantos países acompañando a artistas como Miguel Poveda, Niña Pastori o Rosalía. Carmen y Samara Amaya, La Junkera, Rafael Sordera y Fernando de la Morena Hijo completaban esta “family”.

Carrasco ofreció un repaso por algunos temas icónicos de su repertorio, como Machaca mechero (que yo soy de la Habana que tú eres canastero…) y, por supuesto, ese Alfileres de colores que lo encumbró a la fama internacional. Carrasco baila y torea sobre el escenario, se deshace en halagos a la que denomina “la capitana”, que no es otra que la alcaldesa María José García Pelayo, que recibe desde primera fila el piropo arropada por su formación. La familia Carrasco tiene estudiada su fórmula y entre ellos se van pasando el juego. Están sobrados de compás, sello de la casa, aunque en algunos momentos falte una chispa más de la complicidad propia de las mejores familias. No es hasta el final que Carrasco se une a Carmen Amaya y esta le canta aquello de “y moriré queriéndote hasta la muerte”. Luis de la Pica presente. El Torta también se asoma cuando entona “si algún día me da por volver, me da por volver iré con el alba…”.

El cantaor Antonio Malena abría recitando el espectáculo que ha liderado, formado por un elenco ecléctico que regaló el número más redondo de la noche, con las guitarras de Antonio Malena Hijo y Fernando del Morao. Mención especial para el cante de Juan de la María, que consiguió remover de la silla al público y soltar al duende de paseo. El Quini tenía una misión: conectar con el público y con “los grandes que están en el cielo”. Abrazó este momento de gloria, ocupando un lugar que sin duda merece.

A Fernanda Peña la vimos en Don Antonio Chacón en el pasado Festival de Jerez, y de ahí a la Fiesta de la Bulería. Su cante aportó estilo y personalidad, con una voz contundente y a la vez suave e íntima, que denota respeto y conocimiento de la materia pero con aires nuevos. Saira Malena fue el contrapunto de Peña, con un registro que completaba el ofrecido por su compañera. El baile de la noche lo protagonizaron Rocío Marín y la jerezana María del Mar Moreno, artista invitada de la velada. Hace lo que mejor sabe: aportar carácter, solvencia y aplomo. Puso el mejor final para este número.

La noche sucedía con estas maneras de “gala flamenca” cuando apareció Dolores de los Santos en el escenario, acompañada de su primo Domingo Rubichi. La hija de Agujetas rompió esta dinámica y volvió más peña esta fiesta (asumiendo que el espacio y 1.500 personas dificultan la tarea). Dejó las bulerías a un lado y cantó por seguiriyas. La herencia está presente en su voz, en sus formas, en su quejío que viaja desde otro lugar. Son muchos ecos resonando en la voz de Dolores Agujetas, que “tiene fresquito pero luego calor”, y que está a gusto pero lo que quiere de verdad es “volver a Cuartillos con sus nietos”. Ali de la Tota y Javier Peña le sustentan con sus palmas para unas últimas bulerías.

Para terminar la noche, Miguel Flores, Capullo de Jerez. El esperado showman flamenco volvía a este evento tras más de una década de ausencia, con apoyo musical de la guitarra de Ramón Trujillo, la percusión de El Tripa y las palmas de José Rubichi y Miguel Flores. El Capullo comienza como una flecha y canta rodeado de sus músicos haciendo compás a nudillos. Tras esta escena, coge su micrófono plateado con cable, y de repente parece que estamos en los 90’, en un programa de televisión. Verdaderamente parece que haya una pantalla entre El Capullo y el público, un cristal nos separa. La dirección musical destaca sobre todo, con una gran instrumentación, repleta de percusiones y teclados. Canta el himno de Andalucía, y el “Andalucía libre, España y la humanidad” acorta un poco las distancias. El Capullo se marcha como apareció, rápido y sin dejarse querer mucho por el público.

Tras estos cuatro bloques, cada uno con su propia naturaleza, la fiesta llega a su fin pero sin un buen fin de fiesta. A la fiesta de la bulería le faltó bulerías. La improvisación, el disfrute, el rastro que deja unas bulerías a su paso. El gran formato en el que se enmarca dificulta que se pueda saborear con temple ese abanico enorme de gestos sutiles que surgen de unas bulerías. Un estilo tan inmenso que en espacios pequeños encuentra mejor su lugar. Si esta fiesta es el gran homenaje que Jerez realiza a su palo festero, tengo la impresión de que la radiografía quedara incompleta y superficial. Funciona como gala, como espectáculo de variedades, regala grandes destellos y encierra también ausencias. Y aún así, sucede ligera. Tres horas y media que se pasan rápido y se disfrutan, que ofrecen una amplia muestra de buenos artistas, algunos más entregados y otros algo ausentes, y con la sensación de que los artistas que salvaron la fiesta y le dieron la calidad necesaria fueron quizás lo más inesperados.

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