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La peste equina, maldito cumpleaños

La página ecuestre

Este 2009 se cumplen veinte años de la epidemia ganadera más grave de la historia de Andalucía. Las muertes de caballos se contaron por miles a finales de 1989 y se puso en jaque la celebración de las pruebas de Barcelona'92

Caballos en libertad comen en una finca cercana a la ciudad.

27 de febrero 2009 - 01:00

Era verano de 1989 y las primeras muertes repentinas de caballos en Andalucía hicieron saltar todas las alarmas en la familia ecuestre. Semanas después, a las puertas del otoño del mismo año, las bajas de equinos se contabilizaban de manera descontrolada por toda la región y la preocupación tocó las puertas de las oficinas de la Junta de Andalucía, que le puso nombre y apellido a lo que a esas alturas del año se consideraba una epidemia de libro: la peste equina. La peste equina azotó de manera virulenta a la cabaña equina andaluza y llegó a poner en jaque a la organización de los Juegos Olímpicos de Barcelona'92, que vio peligrar la celebración de las pruebas hípicas en la ciudad condal.

Bien, este año se cumplen veinte años de la entrada en Andalucía de una epidemia cuyas secuelas han quedado grabadas en la memoria de aficionados, deportistas, ganaderos y demás profesionales del sector ecuestre.

Las medidas adoptadas por la Junta de Andalucía para frenar el avance de la enfermedad por el resto del territorio nacional parecieron ser insuficientes, pues la zona con animales enfermos y/o muertos a causa de la epidemia era cada vez mayor. En septiembre de 1989, la peste equina alcanzaba el sur de Portugal por el oeste, y la provincia de Badajoz por noroeste.

Los foros veterinarios coincidían al afirmar que el brote de 1989 había sido el más agresivo de cuantos se recuerdan en España. No en vano, en otoño de aquel año la epidemia alcanzó su punto máximo de gravedad al contabilizarse varios miles de muertes de caballos. A la gravedad de la epidemia se le sumó la escasa y deficiente campaña medioambiental que puso en marcha la Junta de Andalucía. Por un lado, la vacunación de los ejemplares se antojó una tarea ímproba si se tiene en cuenta que por aquel entonces el censo equino de la región era muy poco fiable. Además, no se garantizó que hubiera dosis para la totalidad de los ejemplares censados en la región, por lo que controlar el brote parecía complicado. Por otro lado, tampoco las medidas de inmovilización del ganado dieron resultados satisfactorios. Los focos del virus se sucedían por el litoral andaluz y las autoridades diferenciaban unos de otros claramente, por lo que todo apuntaba a que las medidas establecidas por la administración regional eran del todo insuficientes.

En toda esta historia, la ciudad de Jerez escribió su propio episodio en la primavera de 1990. Ese año, el recinto ferial del González Hontoria era un recinto blindado por las fuerzas de seguridad, que debían impedir a toda costa la entrada de ganado equino en el albero en el que cada año se celebra la Feria del Caballo. Sin este animal, la feria no tenía sentido, así que tras varias horas de espera en la puerta principal del parque, un enorme grupo de caballistas rompieron a galopar por la avenida Álvaro Domecq para llegar hasta la puerta de atrás del recinto ferial, que en ese momento se había quedado sin vigilancia y abierto de par en par. La caballería llegó a tiempo, logró dar sentido a su feria desobedeciendo la prohibición administrativa y se ganó a los miles de feriantes que fueron testigos de un momento histórico para la Feria del Caballo de Jerez.

Hasta entonces, poco o nada se sabía de la peste equina, la epidemia que azotó de manera especialmente virulenta la cabaña equina andaluza. Se trata de una enfermedad vírica aguda del equino, transmitida por artrópodos, de elevada mortalidad, presentación estacional y curso febril agudo, con cuadros cardíacos y pulmonares, y lesiones edematosas y hemorrágicas.

El agente causal es el Orbivirus AHSV, muy similar a los agentes de la Lengua Azul ovina. El principal reservorio de esta enfermedad está representado por las cebras y los asnos salvajes. Estos animales, tras ser infectados, no presentan síntomas, por lo que se convierten en un reservorio ideal para el virus al facilitar su pervivencia, multiplicación y posterior transmisión. La elevada mortalidad y la rapidez del proceso dificultan que los caballos, mulos y burros domésticos puedan convertirse en reservorios a largo plazo de la enfermedad, por lo que estos animales no son fundamentales en el mantenimiento del proceso en una determinada zona.

La peste equina no es una enfermedad contagiosa. Se transmite principalmente por la picadura de moscas. Estos insectos actúan principalmente entre la puesta y la salida del sol en zonas de alta temperatura y humedad, a finales del verano o principios de otoño. Aunque no son buenos voladores pueden ser arrastrados pasivamente por el aire a largas distancias.

La peste equina es endémica en toda el África subsahariana y Oriente Medio, y epidémica estacional en los países templados y subtropicales. La tasa de morbilidad en caballos varía en función de la concentración de vectores y animales sensibles, si bien la mortalidad es cercana al 90%, en mulos al 50% y en burros al 5-10%. En cambio , en países como España, la peste equina es una palabra maldita.

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