Jerez íntimo
Marco Antonio Velo
Jerez, Nochebuena de 1950
Hasta que cumplió 93 años, Antonio Moreno 'El Pelao' montó a caballo. Cuando recibió el Caballo de Oro, la máxima distinción que Jerez da a quienes hacen del noble bruto parte de su vida, lo hizo a lomos de un bello corcel, y eso a pesar de que apenas veía debido a una afección ocular que su familia detectó cuando, al conducir por carretera, se acercaba de forma peligrosa al lado derecho. El pasado 6 de diciembre, Antonio cumplió 99 años y es pura memoria viva de Jerez. Entrevistarle es un placer, a pesar de que sus problemas de oído hacen difícil la conversación que, al ser tan grata, se torna encantadora. Este 2012 cumplirá los 100 años de vida que comenzaron el 6 de diciembre de 1912 y dice, en sus cinco sentidos, que ese día "me hartaré de vino de Jerez, me cogeré una borrachera y que sea lo que Dios quiera".
'El Pelao' es un perfecto exponente de otros tiempos, años en los que Jerez acababa en Capuchinos y vivir en el Pago de Las Abiertas, donde hoy se ubican los grandes almacenes Hipercor, era, de forma efectiva, vivir en mitad del campo. Hacer una entrevista con Antonio al modo de pregunta y respuesta resulta complicado, pues muchos de sus recuerdos se quedarían en el tintero. Esto que van a leer a partir de ahora es un resumen, nimio, pequeño y seguramente insufuiciente, de una vida de 99 años. En la misma, encontraran referencias a sus cuatro grandes pasiones: el campo y la caza, el fútbol y, por supuesto, el caballo.
El campo
Dice Antonio Moreno que aquellos que vivían "lejos de Jerez" (entiéndase aquellas personas que residían en zonas tales como los terrenos que hoy ocupan La Granja, San José Obrero o la carretera de Sevilla) "solíamos tener una casa en Jerez". En su caso, según apunta, "la teníamos en la calle Palomar, en el barrio de San Pedro, donde nací, y ese era el lugar donde vivíamos cuando no había más remedio que ir de médicos o a hacer los mandados (las compras). La calle Larga no sé cómo es ahora porque no la veo, pero la de antaño casi que tampoco porque no teníamos por qué pasar por allí. Nuestra vida estaba en el campo, que era donde vivíamos". De aquella vida recuerda sobre todo "la forma en la que se vivía, con más o menos cosas, pero a gusto. No como ahora que se vive a trompicones". Su hija Carmen, que asiste a la entrevista y ordena ideas y conceptos, destaca que su padre sobre todo "echa en falta la seguridad que había entonces y que ahora, por desgracia, no hay".
Fue en aquel campo de Las Abiertas donde Antonio, siendo un niño, veía pasar los caballos que se dirigían al cercano hipódromo de Jerez. "Fue entonces cuando le dije a mi madre que yo sería o caballista o torero. Y que de ahí no me sacaría nadie". Fue hablar con el encargado del hipódromo y éste hombre, que se jacta de haber estado parado tan sólo un mes en toda su vida, empezó a trabajar al día siguiente. "A la semana ya tenía tres caballos a mi cargo" y el veneno de la monta comenzó a surgir. Autodidacta en su formación como jinete, llegó a montar hasta los 52 años y ganó carreras con dicha edad, cuando los caballos corrían por las playas de Cádiz. Su facilidad para perder peso también le ayudó. "Todo consiste en comer poco y sudar mucho. De esa forma perdía un kilo al día durante una semana".
Siendo el menor de once hermanos, desde pequeño se aficionó a las comidas de toda la vida, las cuales sigue degustando a diario. "Es una alegría verle comiéndose su berza con su pringadita y todo", apunta Carmen quien refiere que hace apenas unas semanas fue al médico tras sufrir unas alteraciones en la tensión arterial. Habla Antonio: "Le dije que si podía seguir tomándome mis copitas de vino (dos al mediodía) y sabe usted lo que me dijo con los años que tengo: que si hay algo que no debo dejar de tomar es precisamente eso, las copitas de vino". Poseedor de una salud de hierro recuerda que cuando acompañaba a Álvaro Domecq y Díez por esas plazas de España "llevaba el bolsillo lleno de cigarrillos liados. Con uno encendía otro. Y así estuve hasta que me dieron unos mareos hace unos 40 años y el médico me dijo que debía quitarme. Y me quité. Hasta hoy. Si hay fuerza de voluntad todo es posible", apunta mientras su hija asiente recordando que la constancia ha sido siempre uno de sus puntos fuertes como domador.
El amor al caballo, la pasión más bien, fue creciendo día a día, todo ello potenciado por un don especial: "La paciencia y un no sé qué en las manos", apunta su hija Carmen, que destaca la tranquilidad con la que su padre trataba a los potros hasta que éstos acababan entregándose. El amor llegó a tal nivel "que llegué a agarrarme a los cuernos de un toro para que no embistiera a uno de los caballos de Álvaro en Cabeza de Vaca (Extremadura). Me partió dos costillas, pero hice lo que tenía que hacer".
El fútbol
Antonio le pegaba bien a la pelota. Tanto fue así que jugó en varios equipos. Entre ellos el Jerez FC, germen del actual Xerez CD y el Hércules de Jerez, club con el que asegura que dieron buena cuenta de rivales tales como "el Gaditano, el Racing de Jerez, el Racing de El Puerto... Marqué hasta cuatro goles en una sola tarde. A los de El Puerto les gusté y me ficharon. Así que cada tarde cogía la bicicleta y me iba a entrenar allí. Con ellos le marqué hasta un gol de estos de espaldas (chilena) al San Fernando". Le llegó el momento de hacer el servicio militar, en Alcoy, "y me tocó en Infantería cuando a mí lo que me hubiera gustado era haber servido en Caballería". El balompié, como se le llamaba entonces, siguió presente en su vida. Y lo hizo de una forma importante ya que, las lesiones, entre ellas una fractura de tibia, le impidieron combatir en la Guerra Civil. Al menos fue así en los primeros compases de la misma. "En aquellos años, en el equipo del regimiento le ganamos partidos a equipos como el Alcoyano, Onteniente y el Levante de Valencia "que hoy está en Primera. Allí me lesioné otra vez y me decían que lo que realmente pasaba era que yo no quería ir a la guerra".
Finalmente Antonio se vio sumido en la confrontación fratricida y fue el duque de Pinohermoso, comandante del dictador Franco, quien le llevó al cuartel general de Salamanca para que se hiciera cargo de los caballos de categoría del ejército nacional. Entre ellos estaban los tres caballos del general Franco, Imperio, Chispa y Carcoma, que eran los que Antonio domaba y cuidaba. Sobre el dictador dice que "sólo lo vi una vez... Además, le voy a decir una cosa, a él no le gustaban los caballos españoles. Prefería los ingleses". Sobre la Guerra sólo recuerda una cosa: "Tuve la suerte de estar en la retaguardia y no pegar ni un solo tiro. Doy gracias por ello, aunque la verdad es que siempre me moví en las inmediaciones del frente".
Gracias al conde de Montelirio, que le llevó a Madrid para atender caballos de carreras, conoció el hipódromo de la capital cuando éste se ubicaba en La Castellana. Por allí andaba un club de renombre como el Real Madrid. "Y claro, allí que nos acercábamos a ver los partidos. De un interior llamado Luis Regueiro aprendí cómo había que pegarle al balón bien, con el pie para abajo. Desde entonces soy del Madrid".
Los caballos
"Han sido lo más importante de mi vida. Si viera, le aseguro que seguiría montando". Así se expresa 'El Pelao' a sus 99 años y aún recordándose cuando era un niño de 10 años y apenas 30 kilos que fue capaz de hacerse jinete. "Fue el 1 de abril de 1941 cuando empecé a prestar servicio en la familia Domecq. Por entonces Alvarito (Álvaro Domecq Romero) apenas tenía 11 meses de edad". Antonio Moreno prestó servicio antes en Las Lomas, con Doña Carmen, la finca en la que se honra de haber matado "cuatro conejos de un tiro". "Tanto es así -continúa en esta ocasión su hija- que un día apareció con doce conejos a los que mató de trece tiros y una nieta suya le dijo: ¿a quién le ha dado con el que falta? (sonrisas) Ha sido muy buen cazador". "Cuando el Rey estuvo en la Real Escuela por primera vez (de la que fue jinete fundador) al único al que dio un abrazo fue a mí. Estuvimos juntos en tres o cuatro cacerías por Aranjuez, donde también coincidí con Manuel Prado y Colón de Carvajal, que fue consejero suyo.
Antonio vive en 'La Espléndida', la barriada jerezana a la que da nombre una preciosa jaca de Álvaro Domecq y Díez. Fue él precisamente quien la cuidó y domó. "Era lo mejor del mundo. Era guapa, bonita y...", tras hacer un ejercicio de memoria refiere que "tenía un 50 por ciento de inglés, un 25 de árabe y un 25 de español. Era la mar de noble. Fue con ella con la que le di las primeras clases de monta a Alvarito", quien como todo el mundo sabe se convirtió con el paso de los años en un excelente rejoneador y uno de los mejores jinetes españoles.
"¿Cómo es el caballo español?". A la pregunta le sucede una respuesta especialmente rápida: "Para las carreras son buenos los ingleses, para el arte es mucho mejor el español. Eso sí, para trabajar me gusta más el inglés. El nuestro es sólo para pasear, que es soberbio".
Con la Real Escuela Andaluza del Arte Ecuestre recorrió mundo "aunque yo mejor que en mi casa jamás he estado en ningún sitio", relata reconociendo que aunque fuera con todos los gastos pagados no dudaba en quedarse en Jerez si le salía un sustituto. Inglaterra, México, Austria, Holanda, Bélgica... Por infinidad de países pasó 'El Pelao' si bien éste reconoce que no los disfrutó "porque la verdad yo veía bastante poco de los lugares a los que iba. Lo que hacíamos era trabajar y dormir. Poco más".
Los caballos llevaron a Antonio al toro, otra de sus grandes pasiones. Tanto es así que llegó a matar uno de ellos que le cedió Álvaro Domecq en una de sus lidias a caballo. "Lo maté de media estocada y dos descabellos. Sólo recuerdo una cosa: fue el día que más vergüenza he pasado en toda mi vida. ¡Usted ni se imagina lo que es tener a toda una plaza abarrotada con los ojos puestos encima tuyo!".
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