La revuelta por la democracia El cambio visto desde fuera y con otros ojos

La revolución egipcia, con acento andaluz

  • Cuatro españoles que, por motivos de trabajo, han sido testigos de las protestas que provocaron la caída del régimen de Mubarak cuentan cómo vivieron ese histórico momento

Taymur Arenas tiene dos años y guarda en su retina los 18 días de una revolución insólita que liberó a los egipcios del último faraón. El pequeño, que lleva anudada en su cabeza una cinta con los colores de la bandera nacional, es "75% español", bromea su padre, el ingeniero Carlos Arenas. Este sevillano de 34 años aterrizó en 2003 en El Cairo, un gigante de veinte millones de almas, y al poco de llegar conoció a su actual esposa, Yasmin, una egipcia de madre navarra.

"El Cairo es uno de los mejores sitios del mundo para vivir", proclama Carlos. Ocho años después de su llegada a la tierra de los faraones, aún continúa impresionado con el grito de la plaza de Tahrir, corazón de una revuelta pacífica que prendió la llama el pasado 25 de enero. "Es impresionante ver cómo el pueblo es capaz de producir cambios inimaginables en regímenes políticos arcaicos", explica Carlos. Descreído, este sevillano cumplió su agenda de reuniones durante las primeras jornadas y luego una gripe le mantuvo en cama durante cinco días.

Por respeto al pueblo egipcio, dueño del "Abajo Mubarak", Carlos no apareció por Tahrir pero siguió de cerca el ágora de una revolución imparable a través del testimonio de Yasmin. "La revuelta ha englobado a todas las clases sociales y a todos tipos de gente. Incluso mi mujer, cuando todo estaba más relajado, asistió a las manifestaciones con sus amigas".

Durante los primeros ochos días de las revueltas, la familia de Carlos sólo abandonó la casa para adquirir provisiones en el supermercado y "tomar algo de aire puro" con Taymur y Carlota, que nació el pasado octubre. "Después sí salimos algo más, e incluso violamos el toque de queda para ir a cenar con algunos amigos".

Hasta el 25 de enero, Egipto era un país seguro y estable con 83 millones de habitantes dóciles al depuesto Mubarak. Las guías de viaje vendían la imagen del exotismo laberíntico del barrio islámico cairota, la fascinación del Nilo y la civilización faraónica y las playas del inhóspito Sinaí. Pero todo cambió después del martes de la ira. Cientos de miles de personas reivindicaron la calle y desvelaron la cara B: un país en estado de emergencia desde 1981, con una Policía brutal y abonada a las torturas, un Gobierno corrupto y un 40% de la población viviendo bajo el umbral de la pobreza.

"¿Por qué si los pobres son mayoría siempre hay una minoría de poderosos que los gobierna y subyuga?", se había preguntado en muchas ocasiones José Antonio Ruiz, cuya familia, oriunda de Villanueva de Algaida (Málaga), emigró en los 60 a Olot (Gerona). Este doctor en Medicina de 42 años, que trabaja en la oficina de la Organización Mundial de la Salud (OMS) del Norte de África y Oriente Próximo, no halló la solución hasta hace tres semanas. "Me pareció increíble. Tuve la respuesta adecuada con las movilizaciones demandando un trato más digno".

José Antonio, que llegó a El Cairo en julio de 2008, mantuvo su particular cordón umbilical con Tahrir gracias a una amiga. "La llamaba a diario y oía el sonido de fondo de la algarabía de la plaza". El 28 de enero, cuando las brutales cargas policiales acabaron con las fuerzas del orden decapitadas y el país sumido en la anarquía, la OMS evacuó a su personal en Egipto y José Antonio primero voló para España y luego visitó Kenia y el sur de Sudán, donde se encuentra actualmente.

Uno de los últimos andaluces en llegar a El Cairo es el cordobés Fernando Valle. Desde el pasado octubre, este ingeniero de 28 años trabaja en la oficina egipcia de la ONU. Su aventura cairota acaba en dos meses. "Mi vida en El Cairo hasta el 25 de enero era genial. Un sueño. Estaba aprendiendo mucho, disfrutando, conociendo a muchísima gente interesante y viviendo experiencias inolvidables". El estallido de las revueltas le sorprendió de vacaciones en Etiopía. "Me marché el 21 de enero a Etiopía con alguna manifestación de coptos por el atentado de Alejandría y con cinco egipcios quemados a lo bonzo, pero sin la sensación real de que pudiese pasar algo".

Fernando llegó a esperar hasta cuatro días en el aeropuerto de Adis Abeba su vuelo para regresar a El Cairo. Perdida la esperanza, compró billete para España y, desde entonces, aguarda impaciente en Córdoba el mensaje para volver a Egipto. "Se me hacía raro ver abarrotada por televisión la plaza por la que paso todos los días para ir al trabajo y a todo el mundo hablar de ella", relata.

Sergio Alcantarilla, de 34 años y natural de la ciudad sevillana de Écija, trabaja como director de planta en una cementera camino de Suez. Este ingeniero abandonó el país el 30 de enero después de escuchar algunos rumores que indicaban que la zona residencial en la que vive iba a ser blanco de los pillajes. Sergio ya estaba de vuelta en Egipto el 11 de febrero cuando la revolución estalló en júbilo tras la salida de Mubarak. Y salió a la calle para compartir la libertad recién conquistada. "La gente estaba eufórica, tocaban tambores y timbales subidos en los techos de los coches, se hacían fotos con los tanques militares, lanzaban fuegos artificiales y se abrazaban, reían y cantaban sin parar".

Sergio, después de 15 meses solo, aspira a establecerse en el país con su mujer y su hijo recién nacido. Fernando, con la amenazante cuenta atrás de los dos meses por vivir en El Cairo, tiene aún viajes pendientes -tal vez el alto Egipto y el Sinaí-. José Antonio avisa de que la transición precisará de esfuerzo. "A nuestro país le llevó tiempo cerrar la etapa del franquismo y todavía debe mejorar si queremos considerarlo moderno y eficiente", dice. Y Carlos tiene dos razones para quedarse que se llaman Taymur y Carlota. Carlos sueña en voz alta: "Esperemos que estos cambios sean a mejor y que den el resultado por el que tanto han luchado los jóvenes de la plaza Tahrir".

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