Estampas de una biografía singular

La galería El Viajero Alado, en Lebrija, repasa la obra de Juan Alcalde, un referente entre los pintores que sobrevivió a los campos de concentración, cautivó al dictador Trujillo y residió en el París de Picasso l 'El atardecer de la mañana'. Juan Alcalde. Galería El Viajero Alado (Arcos, 27. Lebrija). Hasta el 15 de febrero. Más información en el teléfono 629 555 896.

Juan Alcalde mantiene una inusitada vitalidad a los 92 años.
Braulio Ortiz / Sevilla

27 de diciembre 2010 - 05:00

No es extraño que el pintor Juan Alcalde (Madrid, 1918) defienda que la vida "es más que una gran novela". Su biografía es una concatenación de episodios insólitos, desde su estremecedor paso por campos de concentración en la Francia ocupada por los nazis hasta su estancia en el París erigido en capital del arte y gobernado por Picasso. Fue amigo de Marcel Marceau y compañero de clase de Buero Vallejo, se exilió en Venezuela y la República Dominicana, donde sus cuadros cautivaron a Trujillo, y residió además en otras ciudades apasionantes como Nueva York o Londres. Alcalde, aún en activo pese a contar 92 años, ha sabido volcar ese cúmulo de vivencias en una obra vibrante que ahora rescata la galería lebrijana El Viajero Alado. La muestra El atardecer de la mañana concentra 70 años de creación y de vida en 25 obras de pequeño y mediano formato, que se exponen en esta sala recientemente abierta hasta el 15 de febrero.

Alcalde ingresó en 1934 en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, pero la Guerra Civil interrumpió su formación. Combatió en las filas republicanas y vio morir a su hermano en el frente, pero se negó a disparar un solo tiro. "Si matamos a los enemigos, seremos como los fascistas. Yo decía: Mataré nubes, mi conciencia estará limpia. Y los demás me advertían que podía morir", recuerda el creador. Sobrevivió a lo que él rememora como la "Guerra Incivil", pero le esperaba otra experiencia extrema en los campos de concentración de Francia, donde pasó 16 meses. "Ahí viví una vida que no tiene nada que ver con las demás. En un principio estábamos en un sitio horrible, en el que orinábamos y bebíamos de nuestros orines", relata sobre aquella etapa, "pero pasamos a otros campos más racionales, con casuchas de madera. Nos dieron unos colchones y nos parecía que éramos príncipes".

Después vendría el exilio en Venezuela y República Dominicana, y un regreso a París en 1960 en el que no pudo materializar todas sus ambiciones. "El único que vendía era Picasso, los demás no vendíamos nada. Yo venía de la República Dominicana con muchísimo dinero, pero el tiempo pasaba y ese dinero se iba gastando. Me tuve que poner a limpiar unas oficinas", cuenta. Había demasiada competencia, "centenares de artistas. Pero nos equivocamos: para medrar no hay que ir donde están los pintores, sino donde están los compradores", opina, antes de bromear sobre el éxito de Picasso: "Tuvo la suerte de tener dos eses en su apellido, y eso también ayuda".

Alcalde convivió con autores que hacían "cuadros grandísimos" y en ese periodo aprendió que "una cosa es la dimensión de un cuadro y otra la calidad. Yo he tirado por las obras más pequeñas".

Entre los pequeños y medianos formatos que se exhiben en El Viajero Alado destacan las ciudades desiertas y los desnudos, sus temas predilectos dentro de una estética que se decanta por los colores fríos y el trazo austero. "El desnudo de la mujer es el desnudo de la vida. No hay cosa más pura y más limpia, es como un diccionario que quiero ver constantar. Hice también desnudos masculinos, pero la verdad es que no me interesaron".

A pesar de su edad, Alcalde mantiene una inusitada vitalidad, se niega a sacar conclusiones del recorrido y proclama que no tiene intenciones de dejar de buscarse. "Veo a los otros con cierta claridad, pero no a mí. Son los otros los que me ven. Lo único que me ha preocupado en mi carrera es buscar mi sensibilidad. Y no me gustaría morir sabiendo, sino aprendiendo".

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