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Opinión

Flamenco y Generación del 27

Portada de la obra. Portada de la obra.

Portada de la obra.

Con la prosa clara, concisa y elegante de ‘El flamenco y la Generación del 27’ (Renacimiento, 2018), el profesor Manuel Bernal Romero (Los Palacios y Villafranca, Sevilla, 1962) nos introduce en la apasionante relación que mantuvieron aquellos importantes poetas con el arte jondo y algunas de sus figuras más singulares. Precisa el autor en la introducción que estuvo dudando hasta el final si usar el término cante grande o cante jondo en vez de flamenco, aunque finalmente optó por este último, por ser la palabra que se ha impuesto sobre las otras y porque su concepción moderna engloba a los anteriores. No obstante, en la época de que se ocupa, se entendía por flamenco un producto puramente comercial y, por esto, músicos y escritores preferían hablar de cante jondo o cante grande. De fondo, trasluce la sempiterna disputa entre la pureza y lo clásico frente a lo moderno y comercial.

Antes de entrar de lleno en materia, Bernal nos refiere los precedentes de Demófilo y los hermanos Machado, así como de los autores modernistas. En particular, destaca un artículo de Rubén Darío, ‘La tristeza andaluza’, del que trae a colación un fragmento delicioso que es el mejor aperitivo para lo que va a venir después: “¿Habéis oído al ‘cantaor’? Si lo habéis oído, os recordaré esa voz larga y gimiente, esa cara rapada y seria, esa mano que mueve el bastón para llevar el compás. Parece que un hombre se está muriendo, parece que se va a acabar, parece que se acabó. A mí me ha conturbado tal gemido de otro mundo, tal hilo de alma, cosa de armonía enferma, copla llena de rota música que no se sabe con qué afanes va a hundirse en los abismos del espacio”.

Además de los literatos, personalidades como el torero Sánchez Mejía, la bailaora La Argentinita o el mítico cantaor Manuel Torre pueblan estas galerías que recorremos de la mano de Manuel Bernal para remontarnos al célebre Concurso de Cante Jondo de 1922, en Granada, auspiciado por Manuel de Falla y un nutrido grupo de intelectuales y artistas encabezado por Fernando de los Ríos. Un certamen que supuso un hito en el proceso del reconocimiento del cante jondo. Cinco años después, será Sevilla la que propicie noctámbulos encuentros en los que el frenesí se desbordará al punto de que un escritor como Adriano del Valle le arroje a Federico la chaqueta, el cuello y la corbata. Se ocupa el volumen del llamado “27 flamenco”, desglosando uno por uno a sus principales poetas que tuvieron una relación más o menos intensa con este arte.

Por razones obvias, a Federico García Lorca es a quien dedica mayor espacio. Más allá de los gitanos, el magisterio de Manuel de Falla y la influencia de Guillermo Núñez de Prado van a hacer que Federico tenga las ideas claras al respecto desde muy joven. Después de él, asegura Bernal Romero que “el duende dejó de ser algo etéreo para tomar forma”, pues “se adentró en el campo metafísico y profundo del flamenco más que nadie”. Fruto de esta penetración son sus libros Poema del cante jondo y Romancero Gitano. Este último incluye el ‘Romance de la Guardia Civil Española’, sobre el que el profesor Bernal aporta una novedosa interpretación, al vincular el drama que se cuenta con las revueltas campesinas de Jerez de 1882 y su consiguiente represión.

Rafael Alberti es otro de los escritores más vinculados al flamenco, de un modo vital e íntimo en el caso del portuense, de quien se nos refieren anécdotas, como por ejemplo que empleó parte de la dotación del Premio Nacional de Poesía que recibiera por Marinero en tierra en adquirir varios volúmenes de los Cantos populares españoles (1882-1883) del folclorista Francisco Rodríguez Marín. En Alberti coinciden su interés por lo popular con la gracia gaditana y casi flamenca que le caracteriza. Un interés que mantendrá durante su larga trayectoria creadora y que le llevará a estrechar lazos de amistad con artistas como José Meneses.

Fernando Villalón y su poesía de reminiscencias flamencas, Miguel Hernández —considerado epígono del 27— y sus contactos directos con el cante grande, Edgar Neville, que llevó el ‘Duende y misterio del flamenco’ al cine, en un largometraje así titulado, y aquellos que el autor llama “los otros autores del 27”, son analizados ágilmente, de una manera que recuerda más a la crónica periodística que a la sesuda investigación académica. Algo que el lector agradece, tanto como el haber evitado engorrosas notas a pie de página durante el transcurso del ensayo.

Particularmente interesantes son las páginas reservadas a estos otros del 27, por cuanto dan pistas y claves sobre escritores que hoy suelen relegarse, en algunos casos concretos, por motivos extraliterarios: entre otros, José Carlos de Luna, Joaquín Romero Murube, Juan Sierra —quien dedicó un soneto emblemático a Manuel Torre—, Manuel Altolaguirre, José Moreno Villa, José Bergamín, José María Pemán —de quien se nos sugiere que la historia literaria reciente no ha tenido la consideración debida por motivos políticos—, Rafael Laffón o Rafael de León, autor junto con Quintero y Quiroga de tantas inolvidables coplas, pero también un gran desconocido poeta.

El broche lo pone un apartado dedicado a Las calles de Cádiz, el espectáculo que Ignacio Sánchez Mejía produjo para La Argentinita, con la implicación de Federico García Lorca y Rafael Alberti. Espectáculo que arrancaba con una versión de El amor brujo de Falla, se cerraba con la Nochebuena en Jerez y adonde vendría a desembocar una parte importante del camino descrito por Manuel Bernal Romero en su libro de seductora lectura ‘El flamenco y la Generación del 27’. Un título que habrá de quedar como clásica e ineludible referencia en la bibliografía sobre el tema.

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