Hermosa, emocionante, necesaria
Drama, Israel, 2012, 90 min. Dirección y guión: Rama Burshtein. Intérpretes: Hadas Yaron, Yiftach Klein, Irit Sheleg y Razia Israely. Fotografía: Asaf Sudri. Música: Yitzhak Azulay. Carlos Colón
Esta extraordinaria película, justamente premiada en varios festivales internacionales (mejor actriz en Venecia, mejor fotografía en los Premios del Cine Europeo), traslada la sutileza en el estudio de los caracteres femeninos y de su lucha por el amor y la felicidad dentro de una sociedad gobernada por rígidas reglas y protocolos, propio de las novelas de Jane Austen, a una familia jasídica israelí. Su origen es singular. La directora Rama Burshtein, neoyorquina convertida al jasidismo y residente en Israel, decidió realizarla tras ver una película israelí que la hizo llorar por la caricatura mal informada con la que se representaban las comunidades jasídicas; y en particular el papel de la mujer en él. Así nació esta hermosa historia de mujeres dirigida y escrita por una mujer. Dado su justo éxito logró lo que se proponía: mostrar que tras las enriquecedoras diferencias culturales los sentimientos son idénticos. O, por decirlo con las palabras de Rama Burshtein: "Lo más importante de esta película es hacernos saber que somos lo mismo".
Esto es tan cierto en lo que se refiere a la unidad universal en sentimientos básicos como a las enriquecedoras y tan distintas formas de expresarlo en las diferentes culturas. Pero eso nada como el arte nos permite comprender desde dentro a los otros. Unidad en las emociones, diferencia en las formas: lo contrario de la papilla global que todo lo iguala a la vez que lo vacía.
Hay quien ha escrito que en estos tiempos -por Gaza- parece poco oportuno estrenar una película judía ortodoxa. Una doble estupidez. Porque se trata de una delicada obra de arte, lo que la sitúa por encima de confrontaciones; pero sobre todo porque permite comprender desde dentro, emocionalmente, al otro. Se debería proyectar en centros educativos en programa doble con la palestina Omar o la iraní Nader y Simín, una separación.
Llenar el vacío se desarrolla en el seno de una comunidad jasídica. Hay que aclarar que no estamos en el ámbito del fundamentalismo agresivo. El jasidismo es muy estricto en el cumplimiento de las normas y los ritos pero no impositivo o agresivo. Y es alegre: nació en el siglo XVIII, en las comunidades de Europa Oriental, como una respuesta vital al academicismo que había apagado la mística y la alegría del judaísmo. Una reacción si se quiere parecida a la Devotio Moderna de la que surgió la mística y la piedad cristiana de los siglos XV y XVI como respuesta a la aridez teológica medieval (léanse los maravillosos Cuentos jasídicos recopilados por Martin Buber, editados en Paidós).
La hija menor de la familia está prometida a un joven de su edad, pero la muerte de su hermana mayor al dar a luz la sitúa ante un dilema: ¿debe seguir el precepto tradicional y casarse con el cuñado viudo? ¿Debe desatender tradición y familia en obediencia a su corazón? ¿Debe quedarse soltera para criar al sobrino sin madre? ¿O acaso corazón y tradición apuntan en el mismo sentido? Esta película trata de estas dudas y de cómo se las plantea y resuelve la joven protagonista en el fascinante e inteligente universo de las mujeres de la familia.
Lo esencial, como en toda obra de arte, es la sutileza de los retratos (no sólo femeninos: el del viudo y posible prometido está trazado e interpretado con gran hondura dramática), la austera belleza formal de la puesta en imagen, el dominio del tiempo narrativo y la capacidad para hacer que lo exterior refleje lo interior, los más íntimos sentimientos de los personajes. A lo que hay que sumar las muy buenas interpretaciones de todo el reparto, muy especialmente de la sutil y muy joven Hadas Yaron, justa vencedora del premio a la mejor interpretación femenina en el festival de Venecia.
Parece increíble que hasta ahora esta directora sólo haya trabajado en un colectivo de mujeres ortodoxas realizando películas de consumo interno. Parece saberlo todo sobre la dirección de actores, la construcción del plano, la utilización de la luz, el dominio de los tiempos, la capacidad de la imagen para desvelar a través de la apariencia la esencia de los seres y las cosas (porque también hay hermosas naturalezas muertas y un conmovedor amor por los detalles), el dominio de la producción de emociones con una muy sobria y contenida puesta en escena, la siempre difícil y delicada expresión de la duda y del deseo o la utilización de la música. Todo ordenado a la producción de conocimiento (de los otros) y de emociones (comunes) a través de una belleza creciente que culmina en la blanca secuencia que antecede a la boda.
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