Cultura

Una alegoría para el siglo XXI

  • Debolsillo publica en dos volúmenes la novela gráfica inspirada en el guión de Darren Aronofsky y Ari Handel, 'Noé', un excelente complemento a la película que se estrena en las salas esta semana

A principios de siglo, la productora Warner Bros. barajó el nombre del cineasta Darren Aronofsky como artífice de las nuevas aventuras de Batman; después de los dos pestiños urdidos por Joel Schumacher a costa del Hombre Murciélago, urgía una profunda renovación de la franquicia. La suerte recayó finalmente en Christopher Nolan, pero el cómic no desapareció del horizonte vital de Aronofsky. Por aquel tiempo, el director había puesto en marcha La fuente de la vida, una película de larga gestación, doloroso parto y no pocos quebraderos de cabeza; sin ir más lejos, Bradd Pitt y Cate Blanchett abandonaron el barco a mitad del rodaje. Cuando parecía que el proyecto no levantaría cabeza, Aronofsky y su guionista Ari Handel decidieron convertir el libreto en una novela gráfica; si la historia no llegaba a las pantallas, que se salvara al menos en unas viñetas. La experiencia debió de ser tan gratificante como reveladora -el cómic no es un mero sucedáneo del cine, sino una forma narrativa plena con sus propios recursos, sus propias exigencias- y de aquel tiempo a esta parte han colaborado en otras propuestas, entre ellas Noé (Debolsillo), versión gráfica de la película homónima que ha llegado a las librerías antes que el filme a la cartelera.

Aronofsky y Handel -en colaboración con el dibujante Niko Henrichon- ofrecen una original relectura del famoso episodio del Diluvio Universal. Los nombres de los personajes coinciden con los del Antiguo testamento y su peripecia, en líneas generales, es la de las Sagradas Escrituras. Noé -hijo de Lamec, que fue hijo de Matusalén, que lo fue de Enoc, y así hasta llegar a Adán- sufre insistentes visiones de destrucción. En sus sueños, la lluvia cae interminable hasta cubrir por completo el mundo. La aterradora verdad se le revela paulatinamente: el Creador ha decidido destruir su creación, como hace el poeta exigente con el poema mediocre; un diluvio purificador acabará con la vida animal sobre la tierra. El Creador está dispuesto a salvarlo a él y su familia, pues ha sido un hombre justo, y le ordena construir un arca de madera lo suficientemente grande para albergar una pareja de todas las especies vivientes a fin de repoblar el mundo una vez se retiren las aguas. A pesar de estas coincidencias, el Noé de la ficción no es el de la Biblia. Aronofsky, Handel y Henrichon lo adornan, lo engordan, lo robustecen con materiales procedentes de canteras diversas.

El relato no está ambientado en un pasado verosímil, sino en un futuro legendario. La tierra de la ficción no es nuestra tierra ni el sol del cielo es el nuestro, tampoco la luna ni las estrellas. Ese mundo está habitado por hombres que son como nosotros; sin embargo, su flora y su fauna no son las del planeta Tierra; se habla de mamíferos, reptiles e insectos, pero los mamíferos, reptiles e insectos que viven en las viñetas no se parecen a ninguna especie conocida, extinta o existente. Una sequía secular ha convertido ese mundo en un erial. Entre la arena y las rocas asoman, cual osamentas, las estructuras de antiguas construcciones y las ruinas de milenarias ciudades jamás erigidas por mano humana, aunque el lector de tebeos quizás las conozca de haberlas visto en el multiverso de autores como Moebius.

Curiosamente, esta extranjería hace el relato más asequible al tiempo presente. La estrategia, tan sencilla como eficaz, pasa por librarse de la tradición para construir no un arca, sino una ficción abstracta, universal.

El Creador es una simple convención para dar verosimilitud al relato. A Aronofsky, Handel y Henrichon no les interesaba el corpus religioso o las creencias que han generado esta leyenda, sino la leyenda en sí; lo que andaban buscando era un Noé inteligible para el ciudadano contemporáneo, una alegoría para el siglo XXI que les permitiera advertir no la amenaza de un cataclismo, sino la de un futuro precario en caso de no poner freno a nuestros afanes predatorios y no restablecer el equilibrio con nuestro entorno. No obstante, tampoco debemos descartar el susodicho diluvio: si no detenemos el sobrecalentamiento del planeta y los polos se derriten -según advierten voces autorizadas-, el nivel de los océanos crecerá y el agua cubrirá parte del mundo conocido. No necesitamos de ningún dios vengativo; nos bastamos y sobramos nosotros solitos para mandar todo al garete. Aronofsky plantea un par de preguntas sesgadas: ¿en qué mundo queremos vivir? ¿Qué herencia pretendemos dejarles a nuestros hijos? La evolución del personaje de Noé, que descubre poco a poco la capacidad de rectificar, señala un camino a seguir.

Darren Aronofsky, Ari Handel, Niko Henrichon. Debolsillo Rústica. Cada volumen, 144 páginas. PVP:11'95 € .

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