La calle, la tienda, la casa, el museo
arte
Aunque muchos sigan considerándolo subproducto de la sociedad de consumo, el arte pop surgió con una doble voluntad crítica: señalar, de entrada, la insuficiencia de la abstracción norteamericana. Jóvenes artistas a fines de los 50 creían que las obras de Pollock o Rothko, pese a su innegable contribución al arte, ignoraban las nuevas inquietudes de una sociedad cautivada por la imagen y el consumo de masas. La segunda crítica se dirigía a esa misma fascinación que llenaba los hogares de ingenios electrónicos y poblaba las calles de desperdicios.
Las primeras obras de Claes Oldenburg (Estocolmo, 1929) surgen de fotografías que el autor toma de esos residuos callejeros de la sociedad de la abundancia. Después construía figuras: sucintos armazones metálicos, engrudo y papel de periódico, sobre el que extendía pintura al modo de Pollock. Surge así Cabeza de la calle, un gran círculo casi sin rasgos faciales, Señal de la calle, irónica réplica a la invasión publicitaria del momento, y diversas Chicas de la calle, caricaturas del nuevo erotismo urbano. La muestra dispone estas obras sobre el suelo o colgadas aquí y allá, como se expusieron en la Reuben Gallery, en 1960: más que ofrecerse a la mirada, rodeaban al espectador que se movía entre los objetos como el peatón en la calle pues el intento era llevar la calle a la galería de arte: no representarla sino hacerla vivir.
En aquella muestra ya presentó Oldenburg su Pistola de Rayos. La tomó de un cómic de ciencia ficción, quitándole sus perfiles futuristas, y convirtiéndola en extraño objeto: arma de fuego con ambiguas connotaciones sexuales y ecos de secador para el pelo. La pistola de rayos tendría protagonismo especial en su siguiente proyecto, la tienda. Evitando la sala de exposiciones, alquiló un local, réplica del gran almacén. Los objetos, elaborados ahora con lienzo encolado relleno de miraguano y pintado con colores vivos, evocan ropas diversas, alimentos, un gran helado de cucurucho o una Tarta de suelo gigantesca. Había una máquina registradora, tan imposible de usar como los demás objetos, para indicar que era posible comprar, si se pagaba con dinero-pistola-de-rayos, que el propio Oldenburg había dibujado para la ocasión. Esta participación del espectador acercaba la muestra a la performance.
Por entonces, Oldenburg comienza a reunir recortes de prensa de anuncios muy variados a los que añade un breve comentario. Las iniciales hojas sueltas pronto se agrupan en archivadores que, además de componer un espectro de los caminos programados del deseo, dan pistas del proceso de su invención artística. Anuncian en efecto su siguiente proyecto, la casa, esto es, los diversos objetos que componen un hogar decente y cuidado. La casa es una reflexión sobre la escultura, objetos tridimensionales que conforman un espacio, en este caso el doméstico: ventiladores, bañeras, teléfonos, inodoros, batidoras, escaleras de mano o paquetes de patatas paja. Cambian los materiales: Oldenburg descubre el vinilo, su textura brillante y sus colores chillones, y con él elabora la versión blanda de esos objetos (se desmoronan al carecer de armazón), mientras que con madera y cartón hace las versiones duras, a las que añade la versión fantasma, hecha con lienzo de pintor sin encolar, cortado, cosido y relleno.
La desmesurada escala de algunas de estas obras anuncia ya la siguiente inquietud del autor: llevar el objeto cotidiano al espacio público. En 1965 dibuja un enorme ventilador que se colocaría en Staten Island o un Colosal bombón helado que atravesaría en diagonal Park Avenue. Realizaría solo el Lápiz de labios sobre vehículo oruga, presentado en la universidad de Yale (la muestra ofrece dibujos y una maqueta del proyecto). Estas iniciativas ocuparán en el futuro a Oldenburg. Pero, todavía en los años 60, llevaría a cabo otras dos reflexiones sobre el sistema del arte: dos recintos relacionados con el museo. Uno de ellos tiene la planta de una pistola y su interior reúne objetos, elaborados o hallados, conectados con el fetichismo de las armas. La planta del otro tiene el perfil de Mickey Mouse, pero las orejas del famoso ratón acercan el trazado a un proyector cinematográfico. Este Museo Ratón contiene objetos mucho más variados que hacen pensar en la borrosa frontera entre el diseño ingenioso y el kitsch y sobre todo en el difícil quehacer del arte en la época de estetización de la vida.
La muestra (iniciada en Viena y Colonia, y programada en el MoMA tras su estancia en Bilbao) recupera así una década del trabajo de un autor que, más allá del pop-art, hace pensar en muchas iniciativas del grupo fluxus y del arte conceptual.
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