Los chicos están bien

Kore-eda vuelve a retratar la infancia en su nueva película, esta emotiva y sencilla 'Kiseki'.
Manuel J. Lombardo

22 de abril 2012 - 05:00

Comedia dramática, Japón, 2011, 128 min. Dirección y guion: Hirokazu Kore-eda. Fotografía: Yamazaki Yutaka. Intérpretes: Ohshirô Maeda, Koki Maeda, Hiroshi Abe, Jô Odagiri, Yoshio Harada, Masami Nagasawa, Yui Natsukawa, Kirin Kiki, Isao Hashizume, Nene Ohtsuka. Cines: Avenida.

Niños de Kinoshita, niños de Ozu, niños de Kitano, niños de Miyazaki, niños de Takahata, niños de Suwa, niños de Kore-eda. De cuando en cuando, el (mejor) cine japonés nos recuerda que la infancia es algo más que un target de mercado o el pretexto de una película de Disney.

Como los niños de Vigo, de Rossellini o de Truffaut que un día saludara Godard, los de Kore-eda respiran y transpiran sin asistencia adulta, libres de molestas miradas paternalistas que los guían e instrumentalizan en relatos que, a la postre, no les pertenecen.

Kore-eda es reincidente en este territorio siempre arriesgado y complejo. Su Nadie sabe ya nos hablaba, sutilmente, entre imágenes de poderoso sesgo impresionista, de las orfandades sobrevenidas y de la supervivencia de la manada cuando no queda nadie a cargo.

Ahora, en esta sencilla y delicada Kiseki, se trata de buscar y de jugar: buscar a una familia rota, pelear por su reconciliación desde los extremos de la vía, y convertir esa búsqueda no en un gesto desesperado y dramático, sino en un juego infantil plagado de deseos (los pequeños milagros a los que alude el título) que tal vez puedan materializarse en un abrir y cerrar de ojos (en una escena que nos recuerda al emocionante final de Restless, de Van Sant) al paso de un tren-bala.

Porque Kiseki es, como tantas películas de Ozu, una película de niños y de trenes, trenes que acercan las ciudades de Fukuoka y Kagoshima, donde viven separados los hermanos Nozomi y Ryunosuke, el primero con su madre y sus abuelos, el segundo con su padre, un rockero inmaduro y despreocupado, en un intento por preservar el recuerdo idealizado de un tiempo de felicidad familiar.

Nozomi y Ryunosuke, protagonizados por la popular pareja cómica infantil de los hermanos Maeda, trazan su plan entre huidas de clase, llamadas telefónicas y rutinas caseras, siempre con sus mochilas a cuestas, acompañados de sus amigos, siempre con una nota de vitalidad ajena a los grandes problemas del mundo de los adultos, bajo la humareda desafiante de un volcán que despide cenizas, entre meriendas caseras preparadas por el abuelo, al son de alegres melodías pop que confieren al conjunto ese aire de lúdica liviandad sin consecuencias: algo parecido a la felicidad y su plenitud que esta película nos devuelve ocasionalmente en pequeños retazos, sin grandes gestos, como si nada.

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