El nombre de la tierra

Vicente Amigo publica su séptimo disco, un álbum producido por el pianista de Dire Straits, Guy Fletcher

El guitarrista cordobés Vicente Amigo regresa tras 'Paseo de Gracia'.
Juan Vergillos

17 de marzo 2013 - 05:00

Vicente Amigo sigue siendo misterio. En Tierra mezcla la bruma escocesa con la claridad mediterránea. El blanco y el verde siempre combinaron bien. Con esas modulaciones características, esos contratiempos, esa riqueza melódica que lo convirtieron en un héroe de la guitarra jonda hace 20 años. Los arreglos son amables e impecables: no es lo mejor que puedo decir de una música, que es amable e impecable. Que "no molesta". Y, la verdad es que la vida, gozosamente, mancha, molesta. En Estación primavera, sin duda la pieza más notable de la entrega, Amigo mancha y vence por ímpetu, por entrega, por pasión, esa pasión que hacía años que parecía ausente de su música. Por vez primera el guitarrista ha desaparecido de la portada. Para renacer. Estación primavera es una vuelta del mejor Vicente Amigo. Tierra son unos tangos de estribillo pegadizo. El universo está lleno de melodías y ésta es una melodía más en el universo. Aunque el tocaor se enrabieta en las variaciones: ya basta de guitarristas perfectos, serenos. Estamos cansados de que los discos los grabe una máquina. Eso sí, hay máquinas con más corazón que algunos vecinos. Queremos percibir la rabia, el deseo, la melancolía que late en una melodía. En Tierra Amigo no sólo pone el corazón y los dedos, también su garganta cantaora. Si hay un músico flamenco capacitado para eso del "diálogo intercultural", ése es Amigo. Sólo queda cuestionarse en qué terminó aquello del "diálogo de las civilizaciones". Tierra es a veces un diálogo de corazones, de seres humanos. Porque la chispa salta, de vez en vez, como rabia. Es el disco más rabioso de Amigo en décadas, esa es la buena noticia. Eso sí, a chispazos, a ráfagas. Bolero a los padres continúa el camino de homenajes familiares que puebla la obra toda de este intérprete, de este creador de melodías. Una pieza sentimental, edulcorada por flautas, gaitas, acordeón y piano. Campos de San Gregorio es una rumba fresca y sentimental. Río de la seda es una bulería épica que acoge de mil amores la heroicidad de flautas, gaitas y violas. Amable, gustosa, enérgica, tiene unas variaciones melódicas a cuerda pelá de mucho sabor. Canción de Laura son otros tangos, con una melodía dulce, pegadiza, una canción, como reza su título, que dice el propio tocaor: ya no se trata sólo de un estribillo, sino de toda una canción, lo que canta el tocaor, más pop que flamenco, ciertamente. Idílico, una nueva balada, intimista, con ecos atarantados. En Roma reaparece lo épico y sentimental y las modulaciones a menores. El tema muestra que, si hay un lugar donde el flamenco y la música celta pueden encontrarse, éste es la intensidad, la pasión, la destreza con la que ambas tradiciones manejan la energía.

El mérito de Guy Fletcher es que el resultado es creíble. Desde la extraña idea, sobre el papel más que improbable, de una fusión entre el flamenco y la música irlandesa y escocesa, Fletcher ha producido un disco notable, en el que Amigo es el único músico jondo y que se hace acompañar por miembros del grupo Capercaillie y del propio Guy Fletcher, miembro de Dire Straits y estrecho colaborador de otro héroe de la guitarra, Mark Knopfler.

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