Cuando el paisaje abandona muchas de sus concreciones
Aunque ya lo habíamos podido comprobar en comparecencias anteriores, la determinante esencia que se observa en la figuración de la obra de Juan Carmona, se nos aparece en toda su magnitud en esta importante exposición que ocupa una de las salas altas del gaditano Castillo de Santa Catalina.
Juan Carmona Vargas es un pintor de Jerez que ejerce su actividad artística fuera de la ciudad, aunque su vinculación con el arte jerezano es total y su relación con un sector de los artistas que trabajan aquí es manifiesta. Lo hemos visto, no hace mucho, exponiendo en los Claustros de Santo Domingo con el que es su buen amigo, el pintor Joaquín Terán y, también, haciéndolo, en solitario, en una extensa muestra en el Centro Cultural Alfonso X El Sabio de la portuense calle Larga. Ahora lo encontramos mostrando su obra en la capital de la provincia, en una amplia exposición en la que pone de manifiesto el trascendente trabajo de un pintor que se nos aparece inmerso en esa faceta fundamental de la gran madurez artística. Es el momento en el que el artista se siente dominador de la escena creativa, consciente de sus posibilidades y, después, de haber cubierto varias etapas y asentarse en un estamento artístico cuyas circunstancias al primero que convence es al propio autor. Y en esos segmentos privilegiados encontramos, en estos momentos, la pintura de un artista que imprime al paisaje una solvente estructura plástica llena de entusiasmo creativo y fortaleza formal.
La exposición se presenta con poemas inéditos de Pepín Mateos y nos sitúa en una pintura paisajística que sirve de base para esa teoría pictórica que anima, actualmente, al artista jerezano y por la cual establece un sistema compositivo lleno de vigor, gestualidad y expresionismo.
El paisaje de Juan Carmona Vargas, que fue de poderosa conformación, de sabia fidelidad a los modelos representados, ha ido desprendiéndose de concreciones para acabar en una justa expresividad cercana a los valores esenciales de la abstracción. La representación de lo real ha ido perdiendo dimensión ilustrativa para desarrollar ese mayor estamento expresivo, con los elementos plásticos adquiriendo una suprema potestad y dejando que la mera pincelada que ejerza su máxima función.
Contemplando la exposición de Juan Carmona Vargas confirmamos esa idea de que la pintura actual del artista se encuentra en ese momento de mayor convicción y justa madurez. Lo superfluo de lo real, lo menos esencial, su posición exacta, se ha desprendido de una representación que sólo, ahora, muestra su esquema más determinante y expresivo. La figuración abandona muchas de sus circunstancias y se accede a una abstracción que abre nuevas perspectivas que, poco a poco, dejan entrever registros reduccionistas.
Esclarecedora exposición que descubre a un pintor en ese estadio creativo que hace vislumbrar los más convincente planteamientos de una pintura paisajística que él sabe como dotarla de los mejores y de los mayores estamentos. Hemos encontrado, en definitiva, a un Juan Carmona Vargas en un trascedente ejercicio paisajístico realizado con los mínimos pero contundentes gestos de un sabio expresionismo muy bien acondicionado en todos sus elementos.
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