El último gran escultor
Diario de las Artes
ENRIQUE RAMOS GUERRA
Sala Antiquarium
SEVILLA

Existen una serie de artistas que, con el paso del tiempo, se van haciendo infinitamente más artistas. Esto es algo incuestionable. Si los autores, a mitad de carrera, ofrecen algo parecido a lo que hicieron cuando empezaban, mala cosa. El avance nulo es sinónimo de historial lineal, que se ha apagado la vida creativa o que, cuando menos, que tiene problemas graves. Siempre he tenido predilección por un artista, grande donde los haya, que no ha dejado de crear, que posee un entusiasmo encomiable y que, con los años, muchos años de ejemplo de escultor poderoso, lúcido y con los horizontes diáfanos de una mente clara y siempre alerta, está artísticamente más joven que nunca, con la fuerza de los primeros momentos y la mirada expectante en una creación a la que él le oferta, cada día, lo mejor de sí. Se trata de Enrique Ramos Guerra. Un escultor escultor; de los pocos que quedan, de los que han continuado, sin desviación alguna, una carrera valiente, de obra contundente, de formas personalísimas y con las ideas abiertas a un arte sin complejos que para él nunca tendrá secretos ni le originará las dudas que ha ofrecido a tantos escultores.
Enrique Ramos nunca lo tuvo fácil en aquella Sevilla tan cainita, en la que cuando salía alguien con fuerza y con los esquemas claros, se empeñaba en ponerle zancadillas – o ningunearlo – para que no ofertara sus diáfanos horizontes de artista con mayúscula. Fue moderno cuando serlo era pecado de lesa humanidad. Fue escultor puro y sin resquicios cuando los modernos se empeñaron en ofrecer escasos argumentos porque no eran capaces de otra cosa. Fue siempre escultor puro, creador nato que no se dejaba embaucar por los constantes cantos de sirena que existían en un arte demasiado mediatizado por argumentos espurios y absurdos tejemanejes de unos pocos que se creían en posesión de la verdad. Fue profesor de los buenos en la Facultad de Bellas Artes. Era motivador de buenas actuaciones e instructor sabio para que la realidad artística y plástica fuera asunto convincente y no vana dialéctica para empatizar a tontos con ínfulas.
Pero el arte no es, ni mucho menos, justo con algunos. Con Enrique Ramos nunca lo fue. Quizás, lo que no fue justo fue la actuación de algunos de los que manejaban el arte. Él está en posesión de una larga trayectoria; una carrera de éxitos artísticos, con actuaciones importantes y reconocimientos – fuera de aquí – significativos. Pero su ciudad lo ha tratado muy de soslayo, quizás demasiado. Tiene, eso sí, el máximo aprecio de los justos que conocen y admiran sus realizaciones. Este que esto les escribe, que lleva más de treinta años conociéndolo y siendo un amante declarado de su obra, hubiera querido más para él; mucho más para un escultor grande de los que hoy, ya, casi son especímenes a desaparecer.
Ahora lo hemos visto en una buena exposición en la sala que existe en la Setas sevillanas. Muy buen espacio expositivo pero fuera de los circuitos artísticos habituales. Allí tiene una pequeña retrospectiva de su obra. Muy pequeña para lo que el artista se merece y que la ciudad y su arte le debe. Me pregunto si llegará algún día o habrá que esperar a cuando los recuerdos pasados no tengan la validez que debieran.
En la muestra de la Sala Antiquarium, nos topamos con la fortaleza plástica de la escultura de Enrique Ramos; con esa humanidad expresionista, que marca distancias con la que se empeñan sea correcta. Esculturas donde lo ausente y lo presenten intercambian posiciones hasta conseguir modos y medios que no dejan indiferente. Se puede contemplar la sutileza de sus composiciones; esas nubes metálicas que crean misteriosos juegos de luces y sombras y que plantean una especie de paisajes llenos de enigmas y sensaciones. Sus personajes, solos o formando grupos, que materializan una humanidad altamente cuestionada. La exposición, asimismo, nos introduce en la fortaleza estructural de sus collages, en sus contundentes medios materiales que organizan espacios presentidos.
La obra de Enrique Ramos es un compendio de la gran escultura. Él es un lúcido manipulador de la materia plástica hasta extraerle sus máximas posiciones expresivas. Porque es un escultor nato domina el espacio, la materia y el sentido que ésta desarrolla. Sus obras nunca ofertan indiferencia porque dejan atisbar la pasión creativa con las que están realizadas. Son piezas marcadas por el entusiasmo creativo, por esa fortaleza plástica que hace que el espectador se sienta partícipe de su pasión conformadora.
La exposición de la sala de las Setas nos ha llevado a la estela grande de una obra inmensa; la escultura sabia y poderosa de un autor que siempre lo tuvo claro; que jamás se conformó y que siempre dejó constancia de un espíritu inequívoco, sabio y clarificador. Nos hemos encontrado con una buena muestra de Enrique Ramos; sin embargo, nos ha sabido a poco. El artista, el escultor superior, el lúcido y convincente profesor se merece infinitamente más. No sabemos si la Sevilla madrastra seguirá siéndolo o actuará como la madre y maestra que sabe darlo todo por quien de verdad se lo merece. Enrique Ramos Guerra es uno de sus artistas importantes. Esperemos lo mejor y justo.
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