Tierra de nadie
Alberto Nuñez Seoane
Tolerancia
Arquitectura · La belleza intangible
DURANTE la última semana del mes de junio de 1928 se celebró en el castillo medieval de La Sarraz en Suiza una reunión de arquitectos europeos que daría lugar a los CIAM (Congreso Internacional de Arquitectura Moderna), que se desarrollarían en sucesivas ediciones hasta 1959. Organizado por iniciativa del arquitecto Le Corbusier con la colaboración de Madame Hèléne de Mandrot, adinerada amiga y admiradora del maestro suizo y propietaria del castillo, se invitó a los arquitectos más importantes del pasado siglo, muchos de ellos perfectos desconocidos por entonces: Ludwig Mies Van der Rohe, Hannes Meyer o Walter Gropius desde Alemania; Josef Hoffman desde Austria; Robert Mallet- Stevens y Auguste Perret desde Francia; Gerrit Rietvel, J.J. Pieter Oud o Mart Stam desde Holanda; Moisei Guinzburg y El Lissitzky desde Rusia; Adolf Loos desde Checoslovaquia; García Mercadal y Juan de Zavala desde España; Alberto Sartoris y Carlo Enrico Rava desde Italia. El secretario general del congreso fue Sigfried Giedion y el comité internacional de honor lo componían algunas personalidades de la política y la economía y varios arquitectos de prestigio como Frank Lloyd Wright, Peter Berhens, Hendrik Petrus Berlage o Eliel Saarinen.
Al parecer, Madame de Mandrot no apreciaba demasiado a las mujeres por lo que tan sólo fueron admitidas en el castillo su sobrina, la eminente crítica de arte Lucienne Florentin, y una mecanógrafa. Ninguna arquitecta, pese a que muchos de los que allí se reunieron compartían su trabajo con mujeres cuya eminencia no fue reconocida sino mucho más tarde. Las reuniones, previstas en jornadas de mañana y tarde, se terminaron celebrando al caer el sol y se combinaban con comidas y cenas regadas generosamente con barriles de vinos blanco y tinto procedentes de las bodegas del castillo. En estas fiestas destacaba particularmente el español Fernando García Mercadal, cuyos ingenio y permanente sonrisa cautivaron a sus colegas centroeuropeos.
El manifiesto al que dio lugar el congreso que fue enviado a los gobiernos de los países representados, a la sociedad de naciones, y a muchas instituciones internacionales fue el siguiente: “Los arquitectos abajo firmantes, representando a los grupos nacionales de arquitectos modernos, afirman su unidad de puntos de vista sobre las concepciones fundamentales de la arquitectura, así como sus deberes profesionales para con la sociedad. Insisten particularmente en que CONSTRUIR es una actividad elemental del hombre que está ligada íntimamente a la evolución y al desarrollo de la vida humana. La tarea de los arquitectos consiste pues en ponerse de acuerdo con las directrices de su época. Sus obras deben expresar el espíritu de su tiempo. Rechazan, por consiguiente, de manera categórica emplear en su método de trabajo los principios que pudieran animar las sociedades anteriores; se afirman, por el contrario, en la necesidad de un nuevo concepto de la arquitectura que satisfaga las exigencias espirituales, intelectuales y materiales de la vida presente. Conscientes de de las profundas transformaciones aportadas a la estructura social por el maquinismo, reconocen que la transformación del orden y de la vida social implica fatalmente una transformación correspondiente del fenómeno arquitectónico. El objetivo concreto de su reunión es el de llevar a cabo la armonización entre los elementos presentes, colocando nuevamente la arquitectura en el plano que le corresponde que es el económico y el sociológico, y arrancándole del compromiso de las instituciones estériles conservadoras de formas periclitadas del pasado. Animados por esta convicción, declaran asociarse y sostenerse mutuamente en interés de llevar a buen término, moral y materialmente, sus aspiraciones en el plano internacional”.
No asistieron todos los invitados, unos porque no se mostraron suficientemente interesados inicialmente, otros, los rusos, porque se les denegó el visado de entrada en Suiza; no todos los asistentes estuvieron de acuerdo con las tesis de Le Corbusier que fueron, básicamente, las que se discutieron; no se trabajó tanto como pudiera parecer, pues gran parte del tiempo se dedicó a actividades lúdicas tales como una jornada de baños en el cercano lago Leman o una vuelta en automóviles por la zona, además de las fiestas y las comidas bien regadas con generosos vinos de las que ha quedado un archivo fotográfico muy sugerente; pero sí consiguieron sentar las bases de los sucesivos congresos en Frankfurt, Bruxelles y Atenas, donde se concretarían la definición de la nueva arquitectura, de la vivienda y de la ciudad del futuro.
Continuará.
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