Línea de fondo

Santiago Cordero

Santiago.cordero@jerez.es

Kaiser, el farsante

Entre sus compañeros destacan Romario o Bebeto

Carlos Henrique Raposo nació en Río de Janeiro el 2 de abril de 1963 en el seno de una familia pobre. Le gustaba el fútbol y su sueño era ser profesional. Carlos, al que apodaron el Kaiser, según dicen por su parecido con Beckenbauer, tuvo una dilatada trayectoria profesional que le llevó a fichar por algunos de los clubes más importantes de Brasil, como Botafogo, Flamengo, Fluminense o Vasco de Gama, donde coincidió con algunos de los mejores jugadores del mundo. Romario, Bebeto Edmundo, Rocha o Renato Gaucho fueron compañeros y amigos del Kaiser. Carlos también firmó por clubes de ligas extranjeras. El Puebla de México fue uno de sus destinos; el Paso de la incipiente MSL, la liga americana; e incluso cruzó el charco para firmar por el Ajaccio de Francia. Casi dos décadas como futbolista profesional.

Esta sería una historia similar a la de tantos y tantos futbolistas que, con mayor o menor esfuerzo, consiguen hacer realidad su sueño de ser futbolista profesional. Pero la de Carlos Henrique no es una historia cualquiera, de hecho está considerado como la del mayor farsante del la historia del fútbol. Pasó por todos esos equipos prácticamente sin jugar ningún partido. Consciente de sus limitaciones como jugador y de su talento para convencer con la palabra, Carlos fichaba y a la primera oportunidad se lesionaba, ya fuera en un entrenamiento, en un calentamiento o poco después de saltar al terreno de juego. Por el contrario, en el vestuario caía muy bien, siempre dispuesto a ayudar en lo que fuera a los compañeros de equipo. Además como no bebía, se convertía en el guardaespaldas de las estrellas brasileñas cuando se iban de fiesta. Algunos de estos jugadores recomendaban a sus clubes el fichaje del Kaiser.

Pero aguantar el tipo sin jugar no era fácil. Dicen que en Córcega, el día de la presentación ante los aficionados, la directiva dispuso que jugara un partidillo. Carlos lo evitó lanzando a la grada todos los balones que había en el campo, todo ello en medio de la ovación de la propia afición local. Meses después Córcega entera, fuera aficionado o no, sabía que el brasileño no daría tardes de gloria al Ajaccio.

En el país de los ciegos, ya se sabe, así que Carlos, cuando sabía que en su entorno nadie hablaba inglés, simulaba entrevistas por parte de medios extranjeros o negociaciones con clubes, poniendo en práctica lo poco que había aprendido de inglés tras su paso por Estados Unidos. El día que un médico de uno de sus equipos se dio cuenta del engaño, Carlos empezó a reír e hizo como si de una broma a sus compañeros se tratase.

Un día la cosa estuvo a punto de complicarse en extremo. El presidente del Bangu era un empresario poderoso, los rumores de que era un narco nunca se llegaron a confirmar. El caso es que este tenía la mosca tras la oreja y ordenó al entrenador que pusiera a jugar al Kaiser. Este calentaba en la banda, la torcida local chillaba y de buenas a primera, Carlos había saltado a la grada y se estaba pegando con unos hinchas. El árbitro expulsó a Carlos, que no pudo debutar. Hasta el vestuario le siguió el presi y dos acompañantes. Carlos se temía lo peor, según confesaría años después. Antes de que el presi hablase el jugador le dijo: “Perdí a mi padre cuando era pequeño, ahora que le tengo a usted no voy a permitir que nadie le insulte. Haga lo que quiera conmigo, pero delante de mí nadie va a hablar mal de usted”. Tras esto, el presi le dobló el sueldo y le renovó el contrato otros seis meses más.

No sé por qué, cuando me contaron esta historia, acudió a la cabeza algún que otro político, adiestrado desde pequeño, que jamás ha trabajado en ninguna empresa privada y que lleva viviendo del cuento más de 30 años. Pues eso puro farsante.

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