Amí no me lo contaron. Ni papá (porque tampoco se lo habían contado bien), ni el abuelo (porque el miedo, a día de hoy, le tiene secuestradas las palabras), ni los que me contaron, sin embargo, tantos otros capítulos de la historia de mi país y de mi ciudad (y a los que nunca, en ningún curso, les dio casualmente tiempo de entrar de lleno en la historia).

A mí no me lo contaron en el colegio, ni en el instituto. Supuestamente debía salir al mundo con 18 años con varios rostros en mi cabeza que le pusieran cara perfectamente a los términos genocida y golpista pero ninguno de ellos, al parecer, debía corresponder al de Francisco Franco. Sí, dictador, sí. Recuerdo que fue el apelativo que un profesor utilizó algún año, un apelativo vacío de contenido, una serie de letras juntas, no más, si nadie se preocupa por explicar qué significan un golpe de Estado a un gobierno democráticamente elegido y los horrores perpetrados con mano impía y de hierro para mantenerlo por 40 años.

A mí no me lo contaron, ni mi familia, ni mis profesores. Lo tuve que ir descubriendo por mi cuenta, poco a poco, filtrando información, contrastando, ¡y en la época pre google!, allá por el Pleistoceno que, por cierto, tan bien viene recogido en los libros de texto.

Todavía estoy aprendiendo, todavía estoy descubriendo la historia reciente de mi país y de mi ciudad, ¡tan gratificante esto último!, gracias a la apertura de fosas comunes, a la señalización de lugares teñidos de sangre que durante toda mi vida pasaron desapercibidos a mis ojos, gracias a ciudadanos y a profesores que fuera de las aulas tienen la generosidad de difundir.

A mí, hija de la EGB, del BUP y del COU. A mí, nacida en Democracia. A mí, que el primer presidente que conocí fue Felipe González. A mí, no me contaron qué pasó en España a partir de 1936 (de Cádiz, ni aspiraba a saber).

Por ello, y a pesar de ser consciente de algunas iniciativas que buscan introducir la Memoria en las aulas, a la Junta estoy rogando (como dice este pellizquito de opinión) que se modifiquen los decretos necesarios, que acuerden el contenido con los editores de libros de texto, que se haga lo necesario, para que los que son nuestro futuro sepan del pasado.

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