Felipe Ortuno M.

El mito de la cultura

Desde la espadaña

02 de octubre 2024 - 03:06

Acualquier parida se le llama cultura. Basta invocar su nombre para que nos venga una subvención, o la justificación que se precisa para poner sobre el tapete social la gilipollez que convenga. Es verdad que la Cultura (con mayúscula) es uno de los ideales prácticos de mayor rango; tanto que el Estado de Cultura ha llegado a ser un ideal de rango superior al del Estado de Derecho y, por supuesto, de más alto prestigio que el Estado de Bienestar, como lo afirmaba Gustavo Bueno, uno de los más grandes y controvertidos filósofos que ha tenido España en los últimos tiempos ¡Ah, si viviera! ¿Qué diría? Nadie entiende qué es la Cultura; salvo los pollinos del Ministerio que ostenta el nombre.

Cultura de carné, envasada, pergeñada al gusto del ideario político desde donde se guisan las ortodoxias convenientes. Como tantos mitos, la cultura también lo es. Así como los griegos pretendían expresar su ideales ancestrales a través de relatos míticos, nosotros también los plagiamos a través de cuentos que resultan de las realidades ficticias. A través de los mitos queremos representar virtudes; pero no es menos cierto que también los usamos para trasmitir mentiras. Tienen en sí cierta ambivalencia que los hace ambiguos y manipulables. Basta que alguien diga que esto o aquello es cultura para que nos traguemos la píldora del vellocino áureo.

Cultura y mito van tan entrelazados que llegan a dominar la mentalidad de la época sin que nadie se cuestione con la cabeza lo que verdaderamente significa y conlleva. Con la Cultura de los culturetas se legitiman las estructuras sociales que convienen. Le llamamos cultura al cine de la subvención, la conveniencia y la manipulación. La psijé social ha llegado a tragarse la historia que nos sueltan las babosas películas del mamoneo. Los ‘goyas’ son cultura, y, cualquier día, lo va a ser la mierda de pavo. Me diréis, más vale eso que el caos. Cierto. El mito, de alguna manera, contribuye a darle cohesión narrativa a cuanto vivimos. Las experiencias humanas necesitan de él, tanto como del pensamiento racional, para cuadrar la existencia, que va atestada de enigmas y que tanta ansiedad provoca. Si no fuera por los mitos, si no nos apoyáramos en su cultura, estaríamos perdidos en ese proceloso mar que es la vida, tan inextricable.

Necesitamos comprender el mundo, justificar las acciones y asentar la historia de nuestra naturaleza. Creamos mitos y damos por hecho que la explicación está dada ¡Cómo lo zabe! Saben los poderes fácticos que al ciudadano hay que entregarle puntos de referencia para guiar su vida y entenderse así mismo. Como ya no vale lo religioso (que quieren vender como arcaico) utilizan otros, más acorde con el tiempo, para encuadrar las mentes y, por supuesto, los votos. Sea pues la cultura un objetivo a utilizar para tan maquiavélico fin. Tan es así que, hasta lo religioso se vende mejor como cultura que como religión.

Pasamos de un mito a otro y ni nos damos cuenta de la jugada. Hasta las procesiones han dejado de ser religiosas para ser consideradas manifestaciones culturales de no sé qué clase de idiosincrasia popular. Bajo el epígrafe de cultural cabe la luna, sin distinguirse muy bien si hay alguna diferencia entre un tratado de física cuántica o un grafiti en las puertas de los trenes (lugar muy apropiado porque pasan rápido).

Ninguna diferencia, por tanto, entre la consideración que se le hace al cante jondo respecto al trap y el reggaetón, que completan podio entre lo más escuchado ¿Dejará de ser cultura la ópera y el country? ¿Qué valores tenemos? ¿A qué llamamos cultura? Estos son los demonios que rodean a nuestra mítica; pero ¿responden a alguna pregunta trascendente y fundamental para el ser humano? Independientemente de a qué llamemos cultura, con más o menos acierto ¿es nuestra cacareada cultura exponente de algo más que la superficialidad que nos rodea? ¿a qué carajo responde, más allá de la actual paranoia política y deconstructiva?

Dado que las creencias se nos han ido por la gatera, estamos expuestos a cualquier cosa, y ya, sin criterio ni valores, lo mismo llamamos cultura a la gatomaquia que a la perrofilia. Los mitos antropogónicos, que de alguna manera nos relacionaban en el origen, han quedado superados por los nuevos paradigmas animalistas, sin que podamos distinguir el mito moral, que nos uniría en el comportamiento; por no hablar de los teogónicos, que estarían superados por el nuevo afer (affaire) de la ingeniería genética, tan explicativa y etiológica de todo.

Me pregunto si nuestra cultura se comprende a sí misma; en cuyo caso me callaría por los restos. Malinowski intentó darles un sentido funcional a los mitos. Cumplían un rol en la vida cotidiana. Lévi-Strauss proponía buscar en los relatos míticos los polos de sentido para entender la estructura de la realidad. Jung valoraba los mitos en sentido simbólico y arquetípico para entender la psiqué humana a nivel universal. Hoy la cultura, o aquello a lo que así llamamos, se ha convertido en un mito, ciertamente; pero ni funciona ni estructura ni simboliza nada de lo humanamente aceptable. Hoy, la Cultura es KK. Prefiero a los dioses del Olimpo.

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