Programación Guía de la Feria de Jerez 2024

Con la alegría de la Pascua y el brillo del sol tras la tempestad, quiero compartir con todas las personas de esta noble ciudad de Jerez, algunos recuerdos de quiénes nos precedieron y que destacaron por sus bondades. En este caso, se trata de un niño de apenas 11 años llamado Javier. Era el 7º entre 9 hermanos. Su bondad y calidez en el trato, eran algo llamativo, o muy característico suyo, pero quizá no tan raro dentro del ambiente familiar en el que vivía. Tanto sus padres, como hermanos mayores se esmeraban en el trato con los demás y en ejercitar la bondad con cuantos a ellos se acercaran.

Javier hizo su primera Comunión con apenas 6 años, su siguiente y única hermana: Carmen, tenia 4 años y probado uso de razón para poder distinguir el bien del mal. En esa época que escaseaban los colegios, era normal tener clases particulares en casa. En su familia tenían la gran suerte de poder contar con Don Adolfo Ortuño, docto y santo sacerdote con el rol de preceptor, y digamos que también de capellán de la casa, ya que contaban con la gran dicha de poder tener el Santísimo en el oratorio de su propio hogar. Don Adolfo, al igual que a sus hermanos, los había preparado para la Primera Comunión, y previa primera y segunda confesión sacramental, para poder recibir al Señor con la mayor limpieza de alma.

Le gustó el primer día que pudo asistir con sus padres y hermanos mayores, a la Santa Misa a primera hora de la mañana, también acudían quienes trabajaban en su casa: todos iguales ante Dios, puro amor. ¡Qué ganas tenía de llegar recibir por primera vez a Jesús, realmente presente en la sagrada forma! Y, luego encerradito solo dentro del sagrario. Por eso, le gustaba darse escapadas, y ya contando los días que le faltaban para poder recibirlo por vez primera, se lo decía al Señor allí en el tabernáculo.

El ambiente que respiraban era el de una familia muy unida, donde reinaba el verdadero cariño. Los hermanos no reñían, más bien al contrario tenían la costumbre de pensar en los demás: en lo que sabían que le gustaba a cada uno, o lo que pudieran necesitar.

Aquellos que pudieron rodearlo los escasos días que duró su mortal enfermedad, nos dejaron constancia de la seguridad de que se había ido directamente al cielo y en bazos de la Santísima Virgen.

Pasados los años, ahora está en cada uno de nosotros, saber recurrir a Javier y pedirle lo que necesitemos. Pequeños favores como encontrar un sitio donde aparcar, así como otros de mayor envergadura como puede ser la curación de alguna enfermedad seria o mortal, cuyo resultado no tenga explicación científica y pueda ser considerado milagro.

Sí, tengamos a Javier no sólo como amigo, también como poderoso intercesor. Nos asombraremos de su ayuda.

Otro día más…..

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