Nosoy muy dado a las ideas conspirativas, casi siempre llenas de histerismos y oscuridades; pero confieso, sin embargo, que, de un tiempo a esta parte, me causan cierto interés adictivo. Desde que el 'presi' dejó caer aquello de 'la nueva normalidad', que quiere decir que nada volverá a ser igual, han ocurrido sucesos, como mínimo, interesantes. En muchos de ellos nos jugamos la libertad y la dignidad de las personas, que no es poca cosa, cuando se vislumbran noticias preocupantes para la salud del espíritu, que tan desprestigiado está, el pobre. Si te acercas a las revistas de divulgación científica, que ojeo en trenes de alta velocidad y barberías, encuentro noticias de los grandes avances que se están produciendo en el campo de la biotecnología y la neurociencia. Es apasionante todo lo concerniente a este ejido, si no fuera porque me diera miedo, así que me detengo un poco a pensar. Porque creo que casi nada es científicamente aséptico, ni está libre de ideología, como no lo está de la economía, que suele tener la patita metida en todos los embrollos con sus lobbies correspondientes. Está surgiendo la inteligencia artificial y con ella un nuevo ser falsificado con organismos cibernéticos: 'cíborgs', seres humanos mejorados que podrían sobrevivir en entornos extraterrestres. Esto, que no es ciencia ficción, y se está llevando a cabo sin medida que lo contenga, se le denominó 'humanismo evolutivo', que no es sino una manera ilustrada y racional de interpretar al hombre sólo desde la naturaleza y encontrar en ella el eslabón perdido de los que no creen en la causalidad y quieren imponernos el eslabón de lo casual en lo evolutivo. Allá ellos; pero tiene, como todo, consecuencias, a la hora de interpretar la esencia misma del hombre. Cuidado, porque se acerca la religión científica e inmanentista, horizontal y secular. Detrás de ciertos postulados científicos hay concepciones y prejuicios, nada científicos, que se pueden cargar lo más esencialmente humano. Ahí quiero llegar. Una de las primeras voces que alertó sobre las pretensiones transhumanistas en España ha sido Albert Cortina, abogado y urbanista, que acaba de publicar una obra en la que abarca todas las miradas posibles sobre la cuestión: '¡Despertad! Transhumanismo y Nuevo Orden Mundial'. Se quiere que el ser humano sea una fase más de la única realidad física existente; toda idea trascendente es suprimida para instaurar el nuevo paradigma cientifista que lo englobe todo. A partir de aquí el hombre se erige en Dios de sí mismo y autoconciencia de todo. No es una idea nueva, pero tiene novedosas desviaciones. Este 'misticismo' científico en el que se le confiere a la mente como la única sustancia universal, deriva en que cualquier desarrollo tecnológico viene justificado por sí mismo y no tiene más objeto, directo o indirecto, que el hombre en su sola carne, en su sola materia. El desvío puede ser catastrófico si, por ejemplo, con estos principios aplicamos las propuestas eugenésicas que se empeñan en optimizar la humanidad. Con esta lógica, aparentemente inocua, podríamos potenciar a las personas más aptas y con mayores capacidades, consiguiendo así una generación de supercapacitados ¿No os suena esto al idealismo étnico? ¿No huele a chamusquina de gas y experimento de Mengele? Este eco, actualísimo, que suena a terciopelo evolutivo utópico, no es sino una distopía de la razón calculadora en la que se pierde el sentido de la humanidad: una utopía cientifista que justifica la ideología transhumanista y se instaura a pasos abrumadores en el imaginario sistémico de nuestra sociedad ovejuna. Detrás de la inteligencia artificial que pretende hibridarse en la mente humana, hay una apuesta subrepticia en el cambio corporal que se postula como logro de una sociedad libre, abierta y evolucionada. El bio-mejoramiento humano, que no tiene en cuenta ningún principio moral, puede dar como resultado un cíclope, o un minotauro, como el de la rotonda de la estación, sin pies ni cabeza. El gran Leviatán del transhumanismo, corriente asociada, casualmente, al Nuevo Orden Mundial, se está abriendo paso por la cultura emergente de la libertad morfológica del cuerpo según el deseo primario de los inconscientes. Ya nos toman como materia genética experimental. Y aquí nadie dice nada porque, se habrán dado cuenta, que en lo tocante a la ciencia post-humanista la democracia no existe y las respuestas vienen dadas por las grandes potencias económicas, que son los gurús de la nueva espiritualidad tecno-gnóstica. La cuarta Revolución Industrial, de la que ya habla el Foro Económico Mundial (Foro de Davor) con su presidente, Klaus M. Schwad, a la cabeza, se ha puesto en marcha con la pandemia ¿No estamos sumidos todos en una ciber-cracia mundial? De la Revolución digital a la biológica, de ésta a la espacial, y de aquí al transhumanismo deshumanizado, un posthumanismo donde no se cuestiona la fragilidad humana, ni el sufrimiento, ni la muerte, ni el sentido, sino el aspecto físico y bio-técnicamente mejorable. Luzbel anda suelto, queriendo descentrar al hombre, y proponiéndole una tiranía en la que la felicidad se paga al precio de la misma libertad absoluta que quiere afirmar.

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