Jerez íntimo
Marco Antonio Velo
Jerez, 1979: Choquet, Esteban Viaña, Manolo Benítez, Falconetti y Nadiuska
EL artículo 16 de la Constitución reconoce y garantiza la libertad ideológica y religiosa, declarando que ninguna confesión tendrá carácter estatal, aunque añade que "los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia católica y las demás confesiones". Se trata del reconocimiento de "libertades pacíficas", que en la práctica acarrean más de un problema, sobre todo, por esa mención a la Iglesia católica, expresa y deliberada, que no figuraba en ninguno de los dos anteproyectos de Constitución que se redactaron y que fue introducida, tras intensos debates, en la Comisión Constitucional del Congreso. De aquellos polvos vienen estos lodos; nunca se han acabado los privilegios de los que goza la Iglesia Católica, a pesar de la declaración constitucional de aconfesionalidad.
Hemos comprobado con el tiempo que el consenso constitucional, que sirvió para mucho, también está suponiendo serios problemas de convivencia; por tanto, tampoco hay que sacralizarlo. El transcurso de los años va demostrando, progresivamente, que la falta de firmeza en algunas posiciones se convierte en debilidad para la izquierda al constatarse que determinadas cesiones aparecen como debilidad de pensamiento; asumimos, desde el primer momento, la fusión entre hechos religiosos y civiles pensando que es normal porque siempre lo ha sido. Desde que nacemos y nos bautizan hasta que morimos y nos hace el responso un cura, en nuestra vida se mezclan religión y festejos, al margen de las creencias personales.
No deben sorprender, aunque nos irriten, las declaraciones de la Conferencia episcopal y su coincidencia con las decisiones del Gobierno en asuntos de extrema importancia: la enseñanza de la Religión y la nueva regulación del aborto.
Que la religión católica vuelva a ser evaluable, que se segregue por sexos en la educación financiada con fondos públicos y que se añada la contrarreforma de la ley del aborto es muy grave. Pretender volver a una ley de hace 30 años más corta en contenido, más compleja en procedimiento, arbitraria para los profesionales que tienen que intervenir y sin demanda social, es inasumible. No se puede usar la moral católica para regular las libertades; hay que evitar volver a ese pasado tenebroso que padecimos, sobre todo, las mujeres. La libertad, y la igualdad, son lo más hermoso que tenemos. Respetémoslo.
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