PARECE que ya ruedan por Barcelona autobuses con publicidad que nos incita a despreocuparnos de todo y a hacer cada uno lo que nos dé la gana, porque según la empresa anunciadora, "seguramente Dios no existe". La empresa anunciadora es un colectivo de ateos que seguro han leído a Dostoiewki, para quien "si Dios no existe todo está permitido", y que le han dado la vuelta al pensamiento del desasosegado cristiano ruso para anunciarse ante los viandantes. Inmediatamente, con la celeridad del ofendido, ha saltado a la palestra un colectivo cristiano, ignoro si de la iglesia oficial, que advierte de su intención de constituirse también en empresa anunciadora y colocar en los autobuses un letrero que diga que Dios sí existe, y que seamos felices en Cristo.
Si yo fuera de este último grupo, del grupo de los cristianos, no me preocuparía lo más mínimo ni me gastaría el dinero en contrarrestar las incitaciones de los ateos, esos seres tan angelicales, esos creyentes incrédulos tan benefactores. Yo fui, allá por los años setenta, un muchacho lleno de dudas, y tenía días de fervor místico y días de furibundo ateismo. Un día se lo hice saber a Pedro Solero Montero, un cura jornalero que por entonces oficiaba misa y recogía algodón en las pedanías de Jédula, o La Barca de la Florida, y el sacerdote maño, con su eterno Celtas corto entre los labios, me dijo que a él no le preocupaban los ateos, sino los adoradores de los falsos ídolos, de los becerros de oro. Estos días, pensando en la tentación ambulante de los ateístas y en la fervorosa réplica que se anuncia, he rememorado aquella conversación con mi querido cura, uno de los faros de mi turbulenta adolescencia, y he caído en la cuenta exacta de cuánta razón tenía.
El enemigo de Dios no es el ateo, que como digo es un benefactor, un ferviente cruzado. Los enemigos de Dios son la postración moral ante el dinero, la adoración y entrega a los falsos ídolos del poder, a todo lo que niega o enturbia la entraña sagrada del ser humano. El ateo no le hace daño a nadie, así que ni un euro en contrarrestar sus publicidades. Estamos en plena crisis y el dinero hay que guardarlo para gastos realmente imprescindibles. La mejor publicidad, y éste es un precepto muy cristiano, es el ejemplo.
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