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Alberto Núñez Seoane

Amistad y traición

Jerez, 27 de mayo 2019 - 19:25

Es una de esas palabras capaces de dar cabida a todo un universo: amistad. “Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato”, dice la RAE de ella. Definición algo ‘fría’, en mi opinión, falta de ‘sustancia’ tal vez. Aristóteles distinguía tres tipos de amistad, si bien sólo a uno de ellos le confería la condición de ‘auténtica’. Dejando al margen los dos primeros –“la amistad interesada” y la que “sólo busca placer”-, el filósofo griego calificaba a la tercera como la “ideal, la más sólida, la más excepcional pero aún así, posible”; es esa en la que “más allá de la utilidad o el placer existe un aprecio sincero por el otro, por cómo es”.

Pero no se contempla la amistad como lo que es. Muy al contrario, se trivializa en exceso su importancia, se frivoliza con su significado, se hace de menos la relevancia que debería suponer.

El humano se sabe frágil en su individualidad, es consciente –lo reconozca o no- de la debilidad que le es inherente, teme a su aislamiento social y al desamparo que conlleva; es por eso que busca la protección que proporciona ‘el grupo’, la seguridad que espera encontrar en el colectivo, el apoyo que se le hace imprescindible para enfrentar con posibilidades de éxito los problemas cotidianos. Pero… una cosa es el acompañante, el camarada o el compañero y otra, sustancialmente distinta, por intensa, relevante y generosa, el amigo.

Consustancial a la amistad es la lealtad, sin esta, por principio, no es posible aquella. Por otra parte, como la generosidad está implícita en la esencia misma de la amistad, sin aquella, tampoco es factible esta. El cariño es necesario, pero no suficiente, para que pueda haber una amistad como tal. Ni la honestidad ni la franqueza ni tampoco la humildad, pueden estar ausentes de la tartera en la que se cocine nuestra protagonista. Y, por último: en ninguno de los supuestos que tengan como meta realizable llegar a la verdadera amistad, puede faltar la voluntad permanente de querer ser “amigo-de”.

Por el contrario, hay una tierra en la que resulta del todo imposible, por esencia, que pueda crecer la semilla de la verdadera amistad: la traición. La traición –“Falta que se comete quebrantando la fidelidad o la lealtad que se debe guardar o tener”, dice de ella la RAE; definición falta de nuevo, a mi criterio, de ‘intensidad’- es todo lo que la amistad no es. Todo aquello que la amistad no puede, ni podría, nunca llegar a ser, tiene cabida en el cenagal que es la existencia del traidor; probablemente, la peor de las miserias en las que se puede caer, si la consideramos en su más amplia acepción y en el mayor de sus grados. Porque la traición tiene, como todo en la vida, distintas escalas, digamos que diferentes niveles de “intensidad”.

Está, en primer lugar y en su alcance más leve, la incoherencia. Contemplado desde el plano de la amistad, no ser consecuente con las actitudes vitales que presentamos como propias ante nuestros “amigos” es, sin duda, provocar, más antes que después, una lógica decepción en aquellos a los que decimos querer. Las personas cambiamos, pobres de nosotros si no fuese así…, por supuesto que evolucionar, adaptarse, rectificar, son atributos indispensables, necesarios y convenientes para ser menos estúpidos: la experiencia nos muestra el camino y es a ella a quien debemos prestar atención; pero todo ello se puede hacer siendo fiel a los principios que asumimos como seres humanos, con nuestros inevitables errores, pero leales; porque una circunstancia no excluye a la otra.

La falsedad ocupa el segundo de los peldaños en el baremo de gravedad del traidor. Engañar a quien ha confiado en nosotros es como obligarle a reconocer que el habernos regalado su confianza fue un error. Hablamos siempre de la mentira referida a los aspectos que son imprescindibles para hacer viable el sostenimiento de una relación de auténtica amistad; nos referimos a la falsedad que deteriora el entendimiento honesto con aquellos a quienes nos decimos: hemos elegido como amigos.

Alcanzamos el tercer nivel cuando llegamos a la hipocresía: “Fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan” –define a la hipocresía, con precisión, la RAE-, supone la negación de la esencia de la amistad. El hipócrita para con sus “amigos” no puede ser amigo de los que dice son sus “amigos”. Disfrazar los sentimientos que nos podrían hacer llegar a sentirnos amigo de alguien, inhabilita, “per se”, tal eventualidad. Es como quien tratase de ser lo que, por esencia, no puede llegar a ser.

El punto y final –punto de partida, por otra parte, para la abyección de la persona como ente social- es el cinismo. El cinismo: “Impudencia, obscenidad descarada y falta de vergüenza a la hora de mentir y defender acciones o actitudes que son miserables o condenables” –explica el diccionario-, es la antítesis, por excelencia, de la amistad. El cínico, por definición, está incapacitado para “ser amigo de…” nadie, antes incluso de “pretenderlo”: no se puede intentar aquello que no se conoce, puesto que aquello que no existe en su mundo, queda fuera de sus posibilidades ciertas. El cínico utiliza la sana intención del que trata de ser su amigo, para satisfacer sus espurios intereses personales; usa el sentimiento de quien se le acerca en busca de fraternal lealtad y compañía, para colmar su egoísmo patológico; ignora el daño que su comportamiento va a ocasionar a quien no le ha pedido más que honesta fidelidad; desprecia, en su brutal individualismo, el sentimiento sincero de quien le muestra su aprecio con nobleza y sencillez. Es el tipo de persona, el cínico, inequívocamente tóxica, es el que necesariamente debería ser aislado de cualquier proyecto que, con una mínima seriedad, trate de mejorar la calidad de las relaciones entre sus integrantes. El cínico es el peor de los traidores y, en mi opinión, el cínico no “se hace”, nace. Otra cosa, harto compleja, es reconocerlo, desenmascararlo y relegarlo, porque… ¿quién se reconoce cínico?, con seguridad, el cínico no, él nunca lo hará.

Dejo para otra “sesión”, por falta de espacio, importantes consideraciones sobre la amistad y la traición: ¿Se puede ser amigo de quien no lo es de ti? ¿Puede existir verdadera amistad si no es recíproca en intensidad? ¿Podemos hacer desaparecer por completo –o sea: borrar- la amistad si esta llegó a ser auténtica? El traidor siempre traiciona, pero… ¿todo el que traiciona es, necesariamente, traidor? ¿La traición es un fin o una condición? ¿Se traiciona el traidor, también, a sí mismo?

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