Jerezanos bizarros de ayer y siempre

Manuel Romero Bejarano

Alfresvinda

Verdadero retrato de Alfresvinda el día de su comunión. Verdadero retrato de Alfresvinda el día de su comunión.

Verdadero retrato de Alfresvinda el día de su comunión.

Durante la primavera de 1901 el insigne arcense Miguel Mancheño y Olivares invitó al historiador jerezano Agustín Muñoz y Gómez a pasar unos días en su finca de Abadín, no lejos de la Junta de los Ríos. Muñoz, que se encontraba inmerso en la redacción de “Las calles y plazas de Xerez”, estaba pasando un periodo difícil, pues el trabajo le ocupaba la mayor parte del día y con frecuencia sufría ataques de ira, así que pensó que el retiro campestre haría bien a sus nervios.

Cierta mañana de agosto en que los eruditos se encontraban al fresco tomando una copa de vino se presentó un labriego explicando que su arado había tropezado con una gigantesca piedra grabada con extraños símbolos. Para su sorpresa, descubrieron que se trataba de una inscripción en caracteres visigóticos que referían la triste vida de la princesa Alfresvinda, fundadora de Alfredápolis, pequeña pero bien defendida población ubicada bajo sus pies. La pelea no se hizo esperar, ya que Muñoz y Gómez se empeñó en excavar la finca y Mancheño se opuso al proyecto, porque aquellas tierras eran su principal fuentes de ingresos. Don Agustín abandonó sus vacaciones, decidido a dar parte a las autoridades, con tan mala suerte que murió de un infarto el 17 de junio del sofocón sin haber revelado a nadie el descubrimiento.

Don Miguel guardó silencio, si bien redactó un manuscrito sobre este asunto que archivó en secreto. Muchos años después de su fallecimiento, la biblioteca de Mancheño fue vendida a la Fundación Paul Getty de Malibú y en fechas recientes el investigador Emerson Ignacio Londoño ha sacado a la luz el citado manuscrito, que está siendo estudiado por reputados miembros de la Academia de la Historia.

Alfresvinda (y su gemela Fredesvinda) nacieron en Toledo hacia el 610 de nuestra era. Ambas eran hijas de Suintila, quien accedió al trono de Hispania cuando las niñas tenían 11 años. Los cronistas hablan con encendido fervor de la belleza de las hermanas, si bien matizan que a los 15 a las mocitas empezó a aparecerles en el labio superior un bigote que al poco tiempo era comparable a un cepillo de barrer. Fuera que esto resultaba atractivo a los cortesanos de Suintila, fuera que los varones casaderos querían emparentar con la realeza, el caso es que las jovencitas no cesaban de recibir propuestas de matrimonio. El papá recelaba de los pretendientes y vio la ocasión para casarlas en 630. Por aquellos tiempos llegó a la corte la noticia de un poderoso caudillo que habitaba en los territorios de norte llamado Sisenando. El monarca lo hizo llamar y le ofreció la mano de cualquiera de sus dos hijas para afianzar relaciones de parentesco con aquel al que consideraba un potencial rival.

Cuando Sisenando llegó al palacio y vio el mostacho de sus posibles esposas, no sólo montó en cólera, sino que declaró la guerra a Suintila por haberle ofendido. A partir de esos momentos los acontecimientos se desarrollaron con mucha rapidez. Fredesvinda murió de pena al sentirse rechazada y el rey fue apresado, excomulgado y depuesto por un concilio presidido por San Isidoro.

Llena de odio por lo sucedido, Alfresvinda decidió reparar la afrenta y huyó hacia el sur con algunos nobles incondicionales. Intentó establecerse con sus tropas en varias ciudades, pero la población reaccionaba con pavor al contemplar el bigotudo rostro de la princesa. La respuesta al desaire siempre era la misma: saqueo, incendio y cautiverio de los varones mayores de 10 años. La goda sembró de terror la Bética y, en vista de que no la querían en ningún lado, decidió fundar un nuevo enclave en el que hacerse fuerte frente al tirano Sisenando. El lugar elegido fue el Cerro de Abadín, a orillas del Guadalete. El nombre, Alfredápolis.

Durante los pocos meses que duró su gobierno el terror se adueñó de la zona. Realizaba levas forzosas entre la población local y duplicó los ya altos impuestos que se pagaban. De algún lado tenía que salir el dinero para construir una urbe dotada de fuertes murallas y un gigantesco palacio real. Cuatro años estuvo la buena moza dando guerra a Sisenando hasta que fue traicionada por sus generales.

Para escándalo de los otros visigodos, trató de imitar las cultas y refinadas costumbres de los bizantinos, llamando a literatos y artistas de las orillas del Bósforo. Lo peor llegó cuando mandó adecentarse a sus cortesanos: pelo corto y barba rasurada, quedando el bigote como signo de respeto a la soberana. Sus leales, gente sucia y desaliñada, formaron un conciliábulo, del que salió un emisario que ofreció la llave de Alfredápolis al hasta entonces rival.

El 5 de octubre de 634 las tropas enemigas sitiaron la ciudad. Pero, para sorpresa de Alfresvinda, nadie reaccionó cuando ella dio la orden de atacar. Sisenando entró por la puerta principal, que encontró abierta de par en par, y ordenó destripar viva a contumaz guerrera. Su cuerpo fue colgado de una torre, si bien le fue arrancado el bigote, que acabó pisoteado por todos y cada uno de los invasores. El rey ordenó destruir Alfredápolis, borrar su nombre de todo documento, y escribir y enterrar la lápida como muestra de oprobio.

Hace apenas dos meses se ha celebrado en Seattle un congreso titulado “Mujeres bigotudas en la historia”, en el que ha salido a relucir la figura de Alfresvinda. Los estudiosos consideran que la versión de los hechos que ha llegado hasta nosotros (que recordemos fue redactada por orden del pérfido Sisenando) está más que sesgada y dudan de la veracidad de las atrocidades cometidas por la aguerrida dama. De hecho, han cursado petición al Ministerio de Igualdad para que incluya su nombre en la célebre lista de los Reyes Godos.

Por su parte, el Ayuntamiento de Jerez ha decidido cambiar el nombre del poblado de José Antonio por “Majarromaque de Alfresvinda” y el de la calle Armas por “Armas de Alfresvinda”. Así que larga vida a Alfresvinda.

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