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La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Antonio Burgos, el último

Antonio era una casi imposible síntesis entre la gracia de ‘Galerín’ y la elegancia de Romero Murube

El 15 de noviembre de 2019, cincuenta aniversario de la muerte de Romero Murube, escribió Antonio Burgos en su Recuadro del ABC, recordando el entierro del escritor: “Es noviembre y es Sevilla. El cielo, como corresponde a la luctuosa festividad del día, está gris, color losa de Tarifa de las Gradas de la Catedral. Desde el Alcázar traen muerto a su alcaide, al delicado cuidador de sus jardines, al que se refugió entre sus muros para soñar una Sevilla siempre imposible. Estoy junto al arquillo que da entrada al Patio de Banderas y tengo en las manos una libreta de gusanillo y un bolígrafo. Estoy haciendo para ABC la información del entierro de Joaquín Romero Murube, cuyos originales manuscritos a pluma, en folios apaisados, he visto tantas madrugadas en el atril de un linotipista mientras los componía y hacía plomo aquella prosa que era como una resistente Torre de la Plata pura de Sevilla contra todos los desafueros que perpetraban. (…) Sevilla se fue en gran parte aquella mañana del entierro de Joaquín Romero, cuando ya no vinieron a ABC más folios apaisados escritos con su firme pluma de defensor de la ciudad”.

Leído ayer, otro día de cielo gris color losa de Tarifa de las gradas de la Catedral, es como si hubiera escrito la crónica de su propia partida. Porque Sevilla se ha vuelto a ir en gran parte este 20 de diciembre en que ha muerto Antonio Burgos. Una ida más definitiva que aquella del 15 de noviembre de 1969 porque entonces Antonio estaba en el entierro de Joaquín, escribiendo su crónica, cogiendo el testigo, haciendo de puente entre la Sevilla de la generación del 27 y Mediodía, y la que él fue contando, día tras día, desde El Recuadro, manteniendo viva la prosa poético-periodística del idealismo sevillano que habían fundado Izquierdo en 1914 y Chaves Nogales en 1921. Antonio era –y es y será en sus textos– una casi imposible síntesis entre la gracia, más graciosa cuanto más pinchaba, de Agustín López Macías Galerín y la elegancia honda de Romero Murube. En sus artículos vivirán para siempre el cuerpo cotidiano de la ciudad y sus tipos, y su alma. O lo que hayan ido dejando de ella.

Tras él, no hay nadie. Era el último. “Con Joselito no ha muerto solamente un torero, sino la figura representativa del toreo, y quién sabe si la Fiesta misma”, escribió don Gregorio Corrochano el 16 de mayo de 1920. Dígase lo mismo de la crónica sevillana.

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