Están las cosas de tal modo en España que imagino el sobresalto que les habré dado a ustedes con el título del artículo. Discúlpenme. En realidad, vengo a ceñirme a dos versículos: "Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca".

En la política actual podemos comprender que esos versículos -que tanto me han inquietado en muchas facetas de mi vida (aunque no ciertamente en la política)- no son una caprichosa amenaza escatológica, sino un silogismo práctico. Fíjense que a todos los contrarios a los manejos con sediciosos y terroristas mediante indultos y acercamientos nos irritan, sobre todo, los tibios del PSOE. Las críticas más acerbas las reciben los que han ido presumiendo de amantes de España (Page, Vara, Robles, Bono, Lambán), pero que son incapaces de poner pie en pared.

Viéndolos se entiende la lógica implacable del mensaje apocalíptico. Esos tibios son los que engañan a más votantes de buena fe con soflamas más falsas que Judas. Rufián es más noble: va con su verdad por delante. Luego está la hipocresía empalagosa de presumir, encima, de lo que no hacen ni harán jamás. Carmen Calvo bien puede decir pixie donde dijo dixit y no nos extraña en absoluto, porque es lo suyo; pero los otros iban de listos y coherentes. Por último, esos tibios enfadan porque siempre queda un fondo de sospecha de que lo que les mueve a amoldarse tanto a cualquier cosa es una vergonzante falta de coraje, que abochorna más que el maquiavelismo desnudo de un Sánchez o la anomia moral de un Iceta.

Susana Díaz, ahí donde ya no la vemos, se la jugó con tronío, aunque con fatal lentitud y desacierto en los ritmos. Hay que reconocérselo. Incluso más que a los sabios súbitos de la jubilación que, cuando estuvieron en el poder, no, qué va, ni hablar, pero que ahora, oh, apuntan maneras. Porque después de glosada la crítica a los tibios, importa subrayar que ellos ocupan sólo dos versículos, y que el apocalipsis sigue.

Las bascas bíblicas son naturales, pues; pero no obviemos el desdén mohíno a los inconsistentes, la melancolía inútil por los arrepentidos de salón irretroactivos (los que jamás confesarán su parte histórica de culpa), el pasmo por la contumacia de los jefes, etc. Entre todos la mataron y ella sola se murió, la socialdemocracia española. Persistirá, sí, como un zombi.

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