Apesar de las vacaciones, sigo pudiendo llegar de mi casa al trabajo sin tener que tomar ninguna decisión sobre el camino a seguir ni sentir la mínima zozobra en ninguno de los cruces ni perderme ni una vez. Son veinte años haciendo la misma ruta, ya; pero, en mi caso, sigue sorprendiéndome. El fin de semana fui de El Puerto a Sevilla y me confundí tres veces, tres, entre unas cosas y otras. Esa certeza en la ruta me permite ir contemplando el paisaje, repasando mentalmente las clases que voy a dar y pensando en el artículo que escribiré por la noche (que es éste). Si el camino fuese nuevo, "viviría una experiencia", como dicen los folletos turísticos, pero tendría que ir atento, crispado y bizco (sin quitar ojo del navegador ni el otro de la carretera).

Lo que demuestra el valor de la costumbre, siempre tan menospreciada. La han puesto la última, ay, de las normas jurídicas. No defiendo tanto el valor en sí de lo consuetudinario como su protección de cosas mucho más trascendentes. Los fanáticos de la novedad en política, en la sociedad, en la vida diaria o en la sentimental olvidan que lo tradicional, gracias a su inherente comodidad, permite un ahorro de tensiones, errores e inquietudes cuya energía se puede emplear mucho mejor. Incluso en la búsqueda de novedades más sustanciales.

Lo que me ha servido para recordar una imagen que me regaló el verano. Mi hermano tuvo el detalle de sacarme un día a pescar al curricán. Parecía que no habíamos cogido nada, pero yo pesqué una magnífica metáfora. Me explicaron que para mantener el rumbo es mejor no ir mirando todo el rato la brújula, porque su temblor, tan lírico y científico, te vuelve loco, y uno acaba haciendo eses, corrigiendo las correcciones. Para avanzar sin titubeos, el secreto está en fijarse la estela que se va dejando. Se avanza entonces como una flecha.

Es incluso más bonito que lo que Borges decía de aquella ave mitológica de su invención que volaba del revés porque le interesaba más saber de dónde venía que adónde iba. Ésa puede servir de emblema del reaccionario; pero la nave que avanza con la estela es la perfecta imagen de la tradición. Se mira hacia atrás porque encontraremos la orientación más fidedigna para avanzar de la mejor manera posible.

No digo que no a las brújulas, ni loco, ni tampoco a todos los viajes; pero hoy necesitamos apreciar el valor de las costumbres. Hay mucho que agradecerles.

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