Atentos a esta palabra porque la vamos a usar bastante en las próximas semanas en los entornos familiares y amistosos, sobre todo foráneos. "Llévame a un mosto, pero que sea auténtico". "Te voy a llevar a una zambomba auténtica pero auténtica de verdad". De un tiempo no muy lejano a esta parte y gracias a los medios de comunicación y las redes sociales, se ha extendido una especie de cultura por "lo auténtico" en todos los sentidos. Una tremenda paradoja, pues se supone que cuanto más gente se ponga a buscarlo, más difícil será encontrarlo. Pero es así, existe una demanda cada vez mayor por alcanzar momentos sublimes, exclusivos, esos que lo son precisamente porque no se pueden preparar, organizar, prever… pero hay gente que insiste en pretender encontrarlos embotellados y con número de serie.

Los mostos, los lugares en los que se vende o expende el vino joven por estas fechas en las que llega con el frío, se han convertido en lugares de culto para miles de personas, con cifras que crecen exponencialmente cada año. Cuanto más sencillo sean el lugar y sus moradores, mejor. Cuanto más difícil sea encontrarlo, mejor. Cuanto menos oferta tenga el 'menú', mejor. Y, por supuesto, si además es barato, que con todo lo anterior lo será, entonces el visitante tendrá la sensación de haber hallado el mismísimo reino de la Atlántida. Sucede que, por desgracia y por lógica humana, estos rincones auténticos acaban perdiendo en muchos casos (no en todos) su encanto cuando pasan de ser desconocidos a entrar en una aplicación por el móvil en la que se puede puntuar desde la atención al cliente hasta el número de platos con gluten. Es decir, lo auténtico -un término bastante devaluado, por cierto- suele tener fecha de caducidad.

Con las zambombas, ya a la vuelta de la esquina aunque oficialmente no se pueden celebrar en lugares públicos hasta el 1 de diciembre, sucede tres cuartos de lo mismo. Como de unos años a esta parte celebran zambombas hasta los puestos de caracoles, el listón se ha puesto muy bajo y se ha creado una sensación de que hay mucha estafa dentro de esta inflación de villancicos con anís. De ahí que quienes alguna vez han tenido la suerte de conocer una zambomba de verdad, busquen cada vez con más dificultad estas reuniones en las que, como en los mostos, la chispa surge en el momento menos pensado. O no. Porque no hay dos días iguales en un mosto o en una zambomba.

Vivimos en una sociedad cada vez más organizada, repetimos cada día las mismas pautas y de vez en cuando necesitamos dar rienda a sensaciones que pertenecen a un pasado añorado en el que éramos dueños de nuestros propios actos. Por eso necesitamos recuperar lo que, acertada o equivocadamente, consideramos que es lo auténtico. Simplemente el hecho de buscarlo, el camino que lleva hacia ese anhelo, merece muchas veces la pena. En nuestra tierra tenemos la suerte de mantener mucha autenticidad todavía. Y compartirla con quienes nos visitan, con quienes queremos, no sólo es un gesto de generosidad, sino uno de los mejores rasgos que nos definen y una impagable tarjeta de presentación.

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