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La pulsión de muerte que alienta en la cultura de hoy ha encontrado en el aborto su expresión definitiva

El Ministerio de Sanidad ha tenido este año el detalle de no hacer coincidir con las vísperas de la Navidad la publicación de las cifras de abortos perpetrados en 2020 en España. Es esa que sirve para titular esta columna, a la que debe añadirse, para tener completo el cuadro, que más del 90 por ciento de esos abortos se han llevado a cabo sobre fetos viables de madres sanas. Más aún, entre el 10 por ciento restante se encuentran los realizados con propósito claramente eugenésico, es decir los que están procurando el exterminio desde su estado fetal de los humanos afectados por el síndrome de Down, entre otras situaciones que no pueden llamarse propiamente ni siquiera enfermedades.

Otra cifra que posee interés es la de 10.880, que se corresponde con el descenso en el número de abortos practicados en 2020. Cabría felicitarse por ella si no fuera porque al mismo tiempo se ha producido este año, una vez más, una importante caída en el número de nacimientos, de modo que se mantiene incólume el aterrador porcentaje de un aborto por cada cuatro niños nacidos, algo que supera incluso el de bajas entre los combatientes en las guerras más feroces. Hoy, en España, un niño que nace es literalmente un superviviente, y es altamente improbable que a lo largo de su vida deba arrostrar un riesgo semejante al de ser abortado antes de haber abierto los ojos al mundo.

Esta verdadera monstruosidad se produce, además, en tiempos de inocultable declive demográfico, anunciadores de una catástrofe de la que muy a duras penas vamos tomando conciencia. En esas circunstancias, es para mí un misterio irreductible la fijación de toda la izquierda con el aborto, del que ha hecho algo así como la prueba de calidad de la libertad femenina, su incomprensible ceguera, que le lleva a preferirlo a cualquier otra solución a un embarazo no deseado, la negación cerril ante la evidencia de estar ante seres humanos condenados a una muerte salvaje por desmembramiento o disolución química. Pero tampoco es comprensible el cínico silencio del PP, que tuvo en su mano revertir la situación y hoy la da por buena. Entre todos estrechan el cerco al movimiento provida, sugieren crear listas de médicos objetores de conciencia y niegan la menor ayuda a las asociaciones que protegen a las madres y a los recién nacidos sin recursos. La pulsión de muerte que alienta en la cultura de esta época ha encontrado en el aborto su expresión tan bestial como definitiva.

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