La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

No es esto, no es esto

Áspera, hipervigilada, tensada entre lo vulgar y un rigor impostado, con hermandades gestionadas como empresas

Algunos buscábamos y encontrábamos en ese conjunto de devociones, afectos, costumbres y sentimientos al que se llama Semana Santa -un iceberg que tiene (o tenía) una masa sumergida de 358 días de cultos internos y devociones privadas, y solo siete días de emergencia- lo que en ninguna otra parte hallábamos. De ahí su importancia. Para eficacia productiva centrada en la lógica del beneficio ya estaban las empresas. Para rigor intelectual con un punto de pedantería ya estaban los antropófagos y endogámicos departamentos de las universidades o los elitistas cenáculos de bombos mutuos. Para beatería ya estaban las otras organizaciones eclesiásticas que miraban por encima del hombro a los capillitas. Para cultivo de la selecta espiritualidad ya estaban los retiros y ejercicios. Para transgresiones ya estaba la contracultura. Para ruidosa vulgaridad a la moda ya estaban los mil medios a través de los que rugía la peor cultura de masas. Para música litúrgica ratonera ya estaban los posconciliares Cerca de ti Señor, Pescador de hombres, Saber que vendrás o Resucitó. Para hacer adaptaciones de Alma de Dios, Alborada gallega o La santa espina ya estaban Los Relámpagos. Para restricciones, vallas, prohibiciones, controles y otras formas represivas de preservación del orden público basadas en la justificada desconfianza sobre la capacidad de autorregularse y autocontrolarse de los individuos y las multitudes ya estaba la policía. Para vanguardias y modernidades ya estaban el Club La Rábida, La Pasarela y Juana de Aizpuru. Para experimentos de inciertos resultados ya estaban La Casera, Revoltosa, La Juncal y otras gaseosas.

Algunos buscábamos y encontrábamos en la Semana Santa otras cosas que tenían que ver con lo íntimo, lo familiar, lo amable, la suave inserción de lo eterno en lo cotidiano. Escribió Romero Murube que a través de su hermandad el cofrade mete a Dios en los días corrientes de su corriente vida. Ahora la encuentro áspera, bronca, peleona, impositivamente organizada, tensada entre la vulgaridad populista de lo que antes fue popular y el fariseísmo beato de un rigor impostado, con hermandades gestionadas como empresas que venden y construyen como tales su imagen con photocall y community manager, vallada y vigilada -hasta con ley seca- como si las procesiones fueran un partido de alto riesgo y los ciudadanos hooligans. No es esto, no es esto.

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