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Al cumplirse cuarenta años de autonomía política andaluza, cualquier balance que se realice implica también un juicio sobre una generación, que es la mía. Esta, la que hoy anda entre los sesenta y los setenta y cinco, fue agente de la Transición, aunque no la liderara, y la que apostó decididamente por un modelo, el autonómico, sin precedentes en la historia de la nación ni paralelos foráneos. También, en Andalucía, la que diseñó las líneas maestras de un régimen vasallo del PSOE, ya reconocible a fines de los ochenta. La generación de andaluces que llegó luego a las responsabilidades autonómicas ha ejercido ante todo de beneficiaria y servidora de ese régimen, un papel menor reflejado en la ausencia de liderazgos nacionales.
El gran éxito de la autonomía andaluza, y de la generación que la hizo posible, no es el natural desarrollo experimentado en estas décadas, algo compartido con el resto de España y con la Europa en la que, mientras tanto, nos hemos integrado, sin ninguna mejoría relativa en los índices de bienestar. El mayor éxito puede haber sido frenar el éxodo que despoblaba el interior andaluz, ofreciendo a la población rural una mejora de servicios y unos medios de vida modestos, sin horizontes, pero suficientes para muchos. Ello ha preservado a Andalucía del destino de otras regiones que hoy componen el siniestro panorama de la España vacía. Sin embargo, los medios empleados han provocado el gran problema actual de la región: al confiarse el primer objetivo al subsidio y la subvención, y al haberse fracasado en la creación de riqueza y tejido productivo, la situación de dependencia se ha hecho crónica, y con ella el conformismo y la corrupción, lacras de la vida andaluza.
A ello, y como compañero indispensable de lo anterior, hay que añadir el inmenso fracaso de la educación, más allá de la inicial lucha contra el analfabetismo. Fracaso que ha hecho posible la perpetuación de las dependencias impulsoras del régimen socialista y hoy siguen siendo su esperanza de regreso al poder. Conseguir romper el legado paralizante y corrupto del socialismo sin destruir los logros de cuarenta años de vida razonablemente pacífica y hasta grata para la mayoría, y preservar a toda costa la unidad y la solidaridad entre los españoles, he ahí los retos a que se debe enfrentar una nueva generación de andaluces que deje definitivamente atrás los complejos sobre los que medró la nueva oligarquía, progresista y satisfecha.
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