Cuando el cine muestra su cualidad cualquiera de sus películas conserva con el tiempo su categoría y su valor. Las circunstancias que vivimos en la política española, recalcitrantes y desesperadamente reiterativas me han recordado un magnífico film, "Billy Liar", notablemente encuadrado en una generación cinematográfica modélica e inolvidable: el "free cinema" británico, afortunado continuador del movimiento "Young angry men", los "jóvenes airados" ingleses que en los años 50, fueron especialmente críticos con determinados aspectos sociales y políticos de su tiempo. Hay quien los identifica con la "nouvelle vague" francesa. Citaría entre los más significativos y destacados a Kingsley Amis, John Osborne, John Braine y Allan Sillitoe, autor del emblemático "La soledad del corredor de fondo". Pero su obra trascendental en la literatura británica de la época influiría sensiblemente en el cine, dando lugar al llamado "free cinema" en el que surgieron cineastas de la categoría de Lindsay Anderson, Tony Richardson, Jack Clayton, Karel Reisz, John Schlesinger, Richard Lester, Ken Loach… que en muchos casos adaptaron novelas y dramas de sus inspiradores.

Uno de esos casos, entre tantos epígonos de tan singular narrativa y audiovisual, fue "Billy Liar", dirigida en 1963 por uno de los más prestigiosos realizadores de ese movimiento cinematográfico, John Schlesinger, basado en la novela de Keith Walerhouse, autor también del guion y con una excelente interpretación de otro de los actores fetiche de esos años: Tom Courtenay. Él encarna a este "Billy el mentiroso", que es el título de esta película. Un joven provinciano que vive sueños despierto. Trabaja como oficinista en una funeraria pero aspira a convertirse en guionista el servicio de un humorista inglés. Pretende que sus delirios oníricos le permitan suplir lo que le falta en la vida y es un mentiroso redomado.

La figura de Billy Liar, el embustero, me devuelve a un presente donde personajes tan falaces como él nos engañan, nos embaucan, nos timan prevaliéndose de la ingenuidad, de la complicidad y del fanatismo ciego de tantos. Nos engañan desde las más altas instancias a las más bajas, desde los presuntuosos mandatarios en sus más elevados cargos hasta humildes y menos humildes alcaldes o simples concejales de pueblos innominados, envanecidos o empoderados como ahora dicen los cursis de la tele y jalean los medios de comunicación, fieles a la voz de su amo, sin que esos coros periodísticos que rodean al protagonista en rutilantes ruedas de prensa (a veces sin preguntas) sean capaces de replicar sus mentiras expuestas con impunidad y descaro.

Una intrincada maraña de mentiras se teje en estos días con motivo de tan pérfido despliegue de malintencionadas ideologías que propenden al odio, al enfrentamiento y autoritarismos perversos, se pone en duda el honor de los jueces y se insulta a los medios de comunicación que ejercen su libertad de expresión y su derecho a la crítica.

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