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Hablando en el desierto

Cadena perpetua

La defensa propia de la sociedad es universal y anterior a las leyes escritas

E style="text-transform:uppercase">N España se puede condenar a alguien a miles de años de prisión, pero solo nombrar la cadena perpetua para delitos muy graves y que despiertan alarma social, es echar a la calle a las fuerzas del buenismo nacional, como si los gobernantes fueran carceleros sádicos de películas tendenciosas. No lo comprendo bien. Países muy civilizados tienen cadena perpetua en su legislación, incluso pena de muerte, y no se tambalean los cimientos de la democracia, de las libertades y de los derechos humanos por ello. Estar contra la pena de muerte lo comprendo mejor. El legislador español, sobre todo el de izquierdas, cree en la rehabilitación de los presos y en la conversión milagrosa de los condenados. No sé cuántos condenados por delitos muy graves y especialmente repugnantes se han rehabilitado. Alguno habrá cuando se mantiene el sistema y el anhelo. La sociedad tiene que defenderse de determinados individuos, cómo lo haga dependerá de la tradición de cada país, de la eficacia de las leyes y del arte de la prudencia. La defensa propia de la sociedad es universal y anterior a las leyes escritas. Creer ahora en la redención del hombre por el hombre es una equivocación repetida tras cada fracaso. El bien da nacimiento a un mal cuando se mezcla con errores.

La debilidad de las instituciones no es un signo de bondad y de buenas intenciones, es un signo de debilidad. Los autores de delitos que asombran a la sociedad no son débiles. El mal existe en la especie humana y negarlo es dejarnos indefensos. Los modernos y los progres nos quieren presentar a los malvados y a los perversos como víctimas de un sistema político, o de malas leyes, o de formas de educación perniciosas. Es, como siempre, darle ideología al asunto para que no se pueda debatir. Cuando los malos son de ideología contraria a los buenistas, bien que no niegan su maldad. El mal se elige como se elige el bien. La perversidad es hacer el mal a sabiendas o presentarlo como un bien. Las ideologías también lo hacen sin rubor: la dictadura del proletariado es provisional por un bien futuro, o el exterminio de los judíos es un mal, patriótico y necesario, que debemos llevar adelante como un deber que nos repugna. Sin embargo, un violador asesino es un buen hombre a quien debemos ayudar a vencer su compulsión. Este asunto es espinoso y complicado y en los países avanzados creo que se enreda cada vez más. Quizá si leyéramos de nuevo La banalidad del mal, de Hannah Arendt, se nos terminaran de aclarar algunas cosas. Pocas cosas más reconfortantes que pensar a solas en problemas sin solución, y nada más inútil y aburrido que discutirlos con otros. Con todo, cada vez que un violador de permiso vuelve a violar, se retoma el problema durante una temporada. No es mucho, pero temporalmente da que pensar.

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