Calamares de potera

En algunos sitios te dicen que el calamar es de potera y piensas que se han equivocado y en realidad lo cogió la portera

últimamente nos gustan mucho los apellidos. Todo el atún que te ponen en los restaurantes es rojo, salvaje y de almadraba, aunque sea más amarillo que un diputado de Vox, esté más domesticado que un león de Ángel Cristo y haya sido capturado, más que en una almadraba, en la fuente de los patos del Parque Genovés.

Lo mismo ocurre con el queso payoyo, aunque algunos de los que pruebas parecen más bien que son pa echárselos de comé a los pollos. Más que payoyos son "papollo" y no digo ná de la carne de retinto, cuando muchas veces el solomillo más que retinto, es de tinto con casera.

También sucede con los jamones "ibéricos" de los desayunos o con el mero, un pescado que es el más imitado del mundo. Y no te digo ná con lo del pan de "masa madre". Jamás se ha visto tanto amor de madre en el mundo de la miga. Lástima que muchos panes de los que se ponen con este apellido lleven huérfanos de masa madre desde que nacieron.

Esta fiebre de los apellidos ha llegado ahora al mundo calamar. Ahora en todos sitios cuando te ponen calamar inmediatamente le ponen el apellido de potera, un arte de pesca que garantiza su calidad ya que los cefalópodos no son capturados en la arena sino cuando están nadando en el mar, con lo que no suelen tener arena y el modo de captura hace que su carne esté mucho mejor. En algunos casos ni se molestan en quitarle la etiqueta que dice que el calamar viene del Pacífico y no ha visto las costas gaditanas, casa habitual de estos bichos, ni en postal. Cuando pruebas el calamar, que sabe como a pollo al curry y que está más duro que el pararrayos del Ayuntamiento, crees que más bien se han equivocado de nombre y que en vez de potera, lo cogió la portera del número 36 de la avenida Eduardo Dato en la sección de pescados de vamonó del Carrefour.

No entiendo muy bien esta pasión de algunos hosteleros, afortunadamente una pequeña parte del colectivo, por engañar al personal y vender cosas que no son. Es posible hacer magníficos platos sin que el atún sea rojo de almadraba, sin que el queso sea payoyo, sin que la carne sea de retinto, sin jamón ibérico y sin calamares de potera. Es digno usar otros productos que no sean de primera fila, porque para eso hay también un rango de precios. Pienso que no es necesario quedarse con la gente porque al final termina siendo contraproducente para los establecimientos. Mejor llamar a las cosas por su nombre.

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