No tengo dudas de que el ser humano necesita la calle para vivir, para ser, para estar. Nos hemos criado en ella y en ella hemos forjado parte de lo que hoy somos, fuimos y seremos.

Pero desde hace unos días, tengo miedo de todo aquello que la calle en sí misma alberga.

No entro en valorar si los que sacuden impotencias, banderas o cacerolas son de derecha, de izquierda o indignados marca hacendado. Me da exactamente igual sus votos y sus ideologías. Sólo escribo lo que pienso, y lo que pienso es que me parece patético manifestarse así y saltarse por el arco del triunfo todas las recomendaciones de civismo y sentido común.

Pero tengo miedo.

Miedo a que todo el esfuerzo que la mayoría hemos hecho en estos meses haya sido en balde.

Miedo a que estos comportamientos se traduzcan en nuevas muertes, nuevas medidas de confinamiento y en nuevas represalias en forma de impuestos; porque no se engañen, esta pandemia la pagaremos de nuestros bolsillos.

Y tengo miedo a que perdamos los papeles. A que la desesperación se apodere del pueblo. A que las barricadas se sucedan. A que la sangre comience a correr…

Teniendo en cuenta que la clase política es absurda, nefasta, desposta, tirana, opresora, dictadora, egoísta….

Que jamás se pondrán de acuerdo.

Que no tienen palabra. Ni escrúpulos. Ni conocen la vergüenza….

Me queda la esperanza del pueblo, del vecino, del que aplaudía a las ocho… pero claro, a esa hora hay que salir a correr, y luego hay que tomarse una cervecita.

Quizás por eso tengan tantas prisas en que vuelva el opio del fútbol, para que el fanatismo de grada nos alucine los gritos y la pobre madre del arbitro vuelva a ser nuestro muro de lamentaciones.

Ojalá sólo sean cosas mías…

Pero la calle me da miedo…Y encima comienza a hacer calor. Cuídense…

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