Hablando en plata

Francisco Bejarano

Cismas

07 de octubre 2016 - 01:00

LAS consecuencias del cisma socialista español, resuelto a trompicones, son imprevisibles. Cuando se rompen hostilidades las heridas no restañan hasta pasado mucho tiempo. Claro que este es un cisma pequeñito y local que se olvidará pronto, sin el lujo, la gloria, las excomuniones solemnes y los odios de los grandes cismas, en los que intervenían emperadores y antipapas, patriarcas revestidos de bordados, príncipes soberanos con huestes a punto de revista y teólogos desgañitándose por un quítame allá un filioque en la procesión del Espíritu Santo. No es comparable santa Catalina de Sena, como amigable componedora en Aviñon, con los tipos humanos que hemos visto vociferando a las puertas de la sede socialista enarbolando pancartas con consignas mal pergeñadas. Otro descenso a las simas del feísmo. Nada es igual salvo los odios, un sentimiento elemental que igual desencadena guerras en los Balcanes por piques religiosos que la muerte civil y el anonimato para los desafectos a un partido.

No le han faltado cismas al socialismo en su historia: los comunistas son secuaces sobrevivientes de una herejía política, y la renuncia al marxismo supuso un paso hacia la heterodoxia de la socialdemocracia. Con esta última se hizo más moderado y europeo, menos obrero y más pragmático, más elegante en suma y con candidatos de relieve. También le han salido algunas escisiones minoritarias, pero con las que ha tenido buena relación e incluso ha podido pactar en ocasiones, así como con los comunistas cuando estos obtenían, que era casi siempre, muchos menos votos que los socialistas. Pero hete aquí que aparecen dos circunstancias que no estaban previstas: la derecha se vuelve socialdemócrata sin proclamarlo y aparece por la izquierda una caterva confusa y de imprecisa ideología, más preocupada por el aspecto externo que por las ideas, si es que hay alguna común a todos, y el socialismo obrero pierde pie. El socialismo español, para ser respetable y tener posibilidades claras de gobernar, necesita a su derecha un conservadurismo muy marcado y nadie relevante a su izquierda. En España no hay derecha propiamente dicha y esto lo empuja a aparentar al menos un mayor izquierdismo en lo anecdótico, casando, por ejemplo, a homosexuales cuarentones barbados para indignación de Sócrates desde los Campos Elíseos. Y por la izquierda, lo que no puede soportar, le sale una legión de revolucionarios arcaicos con lenguaje de guerra. Ha sido su perdición. Sus dirigentes tendrán que ser muy hábiles para recuperar el socialismo conservador que ganaba elecciones, tenía su propia entidad, no imitaba a nadie y hace decenios que dejó de ser revolucionario.

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