Cambio de sentido

Ciudadano Djokovic

Celebro que Djokovic haya vuelto a casa sabiendo que no está por encima ni por debajo de las normas

Queda muy pintón, y hasta está de moda en los reductos del libertarismo conservador, esto de "el individuo contra el Estado", que es lo contrario de lo que se proclama en las pelis yanquis de juicios, "el Estado contra el individuo X". Tiene su épica y su arquetipo, tanto que, a poco que dejes al idiota de turno -dicho sea idiota en su más sentido etimológico, es decir, a aquel al que todo lo común le es ajeno- manifestarse en su idiotez, la tenemos liada. Más aún ahora que, con el ruido de las redes, la reverberación social se globaliza. Al ciudadano Djokovic se le ha olvidado que no es más ni menos que eso, un ciudadano del mundo. Tan ciudadano como el Nobel de Física, la lotera de la esquina, la pianista más virtuosa, y como usted mismo. Tan ciudadano como debiera ser -y no lo es- cualquiera, monarcas y potentados del mundo incluidos. Últimamente observo a no pocos ideólogos coquetear con la idea de la insumisión ante las leyes democráticas (a la par que se declaran -qué atropello a la razón- "constitucionalistas" o cosas mejores). El caso de Djokovic tiene ese punto: pa chulo yo y mis pelotas raqueteras.

Les confieso que no daba un dólar australiano por esta historia. Tan acostumbrada estoy a la deriva individualista e irracional del mundo (leía en estos días, gracias a la pista de Vicente Luis Mora, el resultado de unos estudios que constatan que este es el sino del siglo), que no me hubiera sorprendido, sino llanamente afligido, que este "señorito satisfecho" -válgame Ortega y Gasset- se saliera con la suya. La cuestión Djokovic no está en no querer vacunarse -la obligatoriedad es algo tan delicado, y puede que contraproducente, que deseo que aquí no se instituya- sino en la solicitud explícita de ser tratado como un privilegiado en un estado democrático. La cuestión Djokovic está además en haber mentido. Y en haberse ido de entrevistas estando contagiado. Y en presentarlo desde su entorno, lastimeramente, como un pobre serbio al que no le dejan entrar ese país de rubitos prepotentes. Ofende a quienes en este mundo son tratados como verdaderos parias. Las declaraciones del presidente de Serbia sonrojan por la desfachatez. Todo es tan descacharrante, que auguro que la cuestión Djokovic no parará de ganar adeptos. Celebro que el ciudadano Djokovic haya vuelto a casa sabiendo que es libre de ser quien es, pero que no está por encima ni por debajo de las normas que, en su soberanía, un país democrático se da a sí mismo.

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