Clase de tropa

Vuelve a hablarse del desprecio de los dirigentes rusos hacia las vidas de sus propios soldados

A propósito de la guerra de Ucrania, vuelve a hablarse del desprecio de los dirigentes rusos hacia las vidas de sus propios combatientes, muchos de los cuales son enviados al frente sin preparación ni pertrechos adecuados, en la idea de que la fuerza del número compensará las enormes bajas. Se suele citar a Stalin como máxima muestra de esa forma de impiedad que alterna las proclamas en defensa de la patria con la cínica despreocupación por el destino de quienes la defienden, o sea la llamada carne de cañón, pero habría que precisar que en el caso de Rusia la estrategia no sólo se puso en práctica durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el sacrificio de millones de soldados salvó a su país y en buena medida a Europa de la dominación nazi, sino también en la Primera que como se sabe acabó para los rusos, ya bajo el poder bolchevique, cuando las nuevas autoridades decretaron el final de los combates a cambio de concesiones a la Alemania imperial. El descontento de la clase de tropa desempeñó de hecho un papel principalísimo en el éxito de la Revolución, una lección que tenían bien presente los generales soviéticos cuando hicieron acompañar a sus divisiones de una legión de comisarios cuya misión era mantener alta la moral de los subordinados, es decir eliminar a todo el que retrocediera o vacilara ante las órdenes de avanzar a cualquier precio. Y desde luego que no ha sido este un proceder exclusivo de Rusia. Sin salir de la Gran Guerra, en Occidente fueron las inútiles carnicerías en los frentes enquistados las que cuestionaron el discurso oficial de los tribunos y el funcionamiento de la institución militar, descrita por los supervivientes como un Saturno que devoraba a sus hijos sin consideración ninguna por las vidas individuales, cosificadas como suministros intercambiables. Entre las novelas más críticas con los estados mayores y sus decisiones arbitrarias o directamente inhumanas, es obligado citar la de Humprhey Cobb, Senderos de gloria, más conocida por la conmovedora e inolvidable versión cinematográfica de Kubrick, que debe su título a un verso de la Elegía escrita en un cementerio de aldea del prerromántico Thomas Gray: "Los senderos de gloria no conducen sino a la tumba". Tanto la narración original como la película están inspiradas en hechos reales: la ejecución de cuatro cabos elegidos al azar entre las fuerzas de un regimiento que había fracasado en la imposible misión de asaltar una colina, planeada para encubrir la incompetencia de los mandos. Cuando casi veinte años después los tribunales rehabilitaron el nombre de los fusilados, dos de las viudas recibieron una indemnización de un franco.

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