Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

Menudo semana hemos pasado para reflexionar, una vez más, largo y tendido, sobre la codicia, la "cupiditia" de los latinos o el "afán excesivo de riquezas" y el "deseo vehemente de algunas cosas buenas". Una fina línea la separa de los pecados capitales, pero está claro que poco, muy poco, le falta para ser uno de ellos. Rodeados seguimos, por los siglos de los siglos, de gente codiciosa, que nunca tiene fortuna suficiente y que no conoce los límites de la moral y la legalidad. El codicioso aprovecha una posición favorable -buenas relaciones sociales, su propio poder económico, su acercamiento a un determinado partido o su capital simbólico- para seguir acaparando indebidamente. En el siglo XIX fue maestro de todo esto Fernando Muñoz, segundo marido de la reina María Cristina, que no solo se embolsó -nunca mejor dicho- el "bolsillo secreto" que el estado proporcionaba a su esposa morganática, sino que utilizó toda la simbología de la corona, las fiestas en el Palacio Real y el apoyo del partido moderado, para montar toda una máquina de hacer dinero ilegal a través de contratos y concesiones. Ya ven ustedes que todo está inventado y solo cambian los nombres. En su día, el periódico "El Eco del Comercio" llamó a esto "vergonzosa depredación" y, aunque también se hizo algo así como una comisión de investigación, la reina y su esposo malversador salieron totalmente indemnes.

Lo de Muñoz es digno de estudio, porque retrata a la perfección los adornos de toda corruptela. En primera línea, el nepotismo. En segunda, el amiguismo. En tercera, el paisanaje. El ínclito duque de Riánsares puso en pie toda una estructura para su propio enriquecimiento, pero también para el de sus familiares, amiguetes y paisanos. Se la llamó el "Clan de Tarancón" y operó en España quedándose con buena parte de su obra pública, sus abastecimientos y sus cargos. Desde un enfoque cultural, este componente histórico de la corrupción me interesa particularmente: pareciera que las acciones corruptas que se emprenden en favor de un familiar, un amigo o un paisano tienen algo así como un viso de "bondad"; pareciera que el afecto por el familiar, el amigo o el paisano impidiera denunciarlo, aunque su corrupción sea evidente. Impunidad a cambio de una "bondad" que nace en el caldo de cultivo de lo privado, pero irradia su veneno hacia lo público. Y luego, también, tenemos el odio: motor del que actúa corruptamente y pervierte la legalidad no para enriquecerse o favorecer a otro, sino para hacerle daño, para menoscabar su prestigio y deteriorar su imagen. Segura estoy de que para algunos esta forma de corrupción también merece cierta impunidad: el corrupto los libra de los presuntos enemigos del estado, del orden, de la propiedad, de las ideas de siempre… Tampoco Muñoz dudó en falsificar papeles para sacar del escenario a la gente molesta. Dinero, en fin, odio, "bondad" y, sobre todo, muy poca honestidad.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios