Hay muchos retos que tendremos que afrontar en los años que vienen. Todos extraordinariamente complejos. Y para ello vamos a necesitar altura de miras, valentía y consensos planetarios. Con esto de la pandemia alguien ha escrito en alguna parte que "no queremos volver a la normalidad porque la normalidad es el problema". Pues algo así: hay comportamientos que no van a poder perpetuarse mucho más, porque ponen en jaque nuestra propia existencia como especie.

Uno de esas comportamientos es el relacionado con nuestro trato a los animales. Estar en lo más alto de la cadena alimentaria no es una licencia de corso para hacer cualquier cosa que se nos ocurra. Para llenar nuestras despensas hemos llenado el planeta de plantas de exterminio de animales, en las que no solo se mata para comer (algo que podríamos intentar justificar) sino que se somete a los animales a un sufrimiento permanente desde su nacimiento hasta su muerte, casi siempre prematura.

Creo que conocemos de sobra ejemplos de esta forma de relacionarnos con el resto de especies: vacas estabuladas, por miles, condenadas a vivir en diminutos espacios, enchufadas a extractoras de leche y pariendo terneros que serán separados de ellas nada más nacer, para convertirse en filetes o en futuras ubres al servicio de la industria. Visones criados en esas mismas condiciones de encierro, tan sólo para terminar colgando en algún armario solvente. Cerdos que nunca pisarán una dehesa. Ocas, pollos, da igual dónde miremos: la industria de la alimentación ha convertido la domesticación de las especies en una carnicería de gigantescas proporciones.

Porque creo que estaremos de acuerdo en que una cosa es usar algunos animales para alimentarnos (algunas personas me discutirán esto, lo sé), y otra muy distinta es torturarlos desde el mismo momento de su nacimiento hasta el prematuro momento de su muerte. Las estanterías de nuestros supermercados están repletas de animales despiezados muy baratos, y esto es así porque estamos permitiendo prácticas de cría escalofriantes. Tal vez no lo queramos pensar mucho. Pero lo sabemos. Y aún así colaboramos.

En el futuro hemos de encontrar una manera más razonable, sostenible y ética de relacionarnos con el resto de especies del planeta. Hay que cohabitarlo. Y no exterminarlo.

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