HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Comercio de esclavos

24 de agosto 2009 - 01:00

CADA agosto se recuerda en todo el mundo, por recomendación de la ONU, el comercio de esclavos en el pasado y se aboga por su abolición allá donde todavía lo haya, sobre todo en África, donde los árabes siguen con la trata de negros, oficialmente prohibida, igual que unas etnias negras comercian con miembros de otras etnias del mismo color, no porque sean perversos, sino porque así se hizo siempre y nadie discute entre ellos que la etnia esclavizada es inferior a la de los negros negreros. Las razas inferiores tienden a desaparecer; pero, mientras tanto no llega el día, según la mentalidad neolítica de gran parte de los africanos, su destino es serles útiles en todo a las superiores. Por su parte, las guerras tribales africanas aceleran la desaparición de grupos enemigos y la esclavitud de los vencidos. Las noticias nos llegan por los misioneros, más que por la prensa. El África oscura parece una tierra maldita con tendencia también a desaparecer, si es que existe en el concierto de las naciones, devorada por ella misma.

La esclavitud salvaje nos turba el ánimo de europeos humanistas habituados a ser la aristocracia del mundo. Consuela poco saber que los esclavos africanos, si pudieran, esclavizarían a sus amos. Lo han hecho otras veces en las vueltas de fortuna que dan las guerras seculares entre tribus. A los pobres pigmeos arrinconados no los quieren ni como esclavos por su baja estatura y debilidad aparente, signos de inferioridad añadidos al haber mantenido rasgos genéticos notables por aislamiento, pero los cazan y sirven de alimento a amos y esclavos. Hasta en los humanos ínfimos, hechos a la esclavitud o a esclavizar, a la miseria, al hambre y a la escasez de lo más elemental, a las guerras y a los exterminios, hay jerarquías como en los mendigos. Las grandes rivalidades y los odios y rencores enquistados nacen entre iguales, no cuando las desigualdades establecen distancias. La moral de los hambrientos es un código terrible.

"Darán las leyes que quieran -decía un jefe radical musulmán-, nosotros seguiremos guiándonos por la tradición". Las tribus perdidas en las aldeas de África ni siquiera tienen voz. Los destinos que les esperan son tan malos que acabar en la esclavitud no es el peor. Si Europa publicara un pregón para invitar a la humanidad desdichada a venirse a vivir entre nosotros como esclavos, según el Derecho Romano de tiempos de Marco Aurelio, habría cola. La esclavitud nos repugna por haber visto demasiados grabados, divulgados por los abolicionistas, de negros maltratados en América, pero no es lo peor que le puede pasar a un hombre: lo peor es ser libre sin derecho a nada, ni a la vida. La suerte de los esclavos se parece a la de los perros porque depende del amo: hay indeseables que los abandonan, delincuentes que los maltratan y personas decentes que los quieren y cuidan. De estos últimos vendrá el mito de los esclavos felices.

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