Cuchillo sin filo

Francisco Correal

Comuneros

14 de noviembre 2014 - 01:00

CIEN años y un día. Los dos libros de don Julio Caro Baroja en el recuerdo de su impronta suenan a tinta fresca, a que acabaran de salir de imprenta. El primero se titula Las falsificaciones de la historia (en relación con la de España). En él hace acopio de esos delirios cometidos en nombre de quimeras de artificio y cuenta incluso que denunció en una exposición un falso Ricardo Baroja atribuido a su tío pintor por la sencilla razón de que era un verdadero Julio Caro Baroja pintado por él. Más actualidad respira el noveno capítulo del libro El Carnaval que el sobrino de don Pío titula Mascaradas Catalanas.

Se refiere, obviamente, a ancestrales fiestas de disfraces de la comarca del Vallés, concretamente en Mollet del Vallés y Sant Cugat del Vallés. No es muy difícil imaginar a Artur Mas y a Oriol Junqueras en los papeles de novio de delante y novio de detrás, dos de los personajes de esa agrupación carnavalesca precedida por un arlequín que suena a delantero centro del Sabadell y figurantes con cencerros y zurriagos.

Un siglo después de aquellos zurriagazos de la etnología, Mercedes Salisachs narra una antológica fiesta de disfraces en su novela La gangrena, con la que ganó el Planeta el año que murió Franco. Para celebrar el éxito del lanzamiento del Sputnik al espacio, un personaje de la bohemia, amigo de huir de los convencionalismos burgueses, invita a la alta sociedad barcelonesa a una fiesta de disfraces a la que deben acudir con atuendos relacionados "con las zonas siderales y con Rusia". Leyéndolo, me imaginaba a algunos de los más ilustres votantes del 9-N ataviados como los personajes de la novela: de cohete, de nebulosa, de eclipse, de estrella, de noche escotada e incluso de astronauta ruso.

En la fiesta de la novela hubo caviar, salmón ahumado y vodka. Un marxismo-leninismo de Groucho que parece un guiño a esa izquierda internacionalista que en el colmo de las paradojas elige el desvarío del nacionalismo. Un sputnik feudal de comuneros con butifarra. Vi la sonrisa de Joan Herrera y recordé la sensata catilinaria de su correligionario Julio Anguita cuando era alcalde de Córdoba al obispo de la diócesis, monseñor Infantes Florido: Yo soy su alcalde, pero usted no es mi obispo. Hoy por hoy, Mariano Rajoy sigue siendo el presidente de Artur Mas, pero éste no es su obispo. Aunque le llueva el incienso de sus acólitos.

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