Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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Confesarse en abierto

Lo que se decía en el confesionario no salía de allí. Era secreto. Ahora la confesión se hace en abierto, sin tapujos.

Si van a Bérgamo, disfruten limpiando sus conciencias en el interior del bellísimo confesionario de la Basílica de de Santa María Maggiore. Los confesionarios han sido como una especie de pozos ciegos secretos de las aguas fecales del pecado. En 1472, el condotiero Bartolomeo Colleoni mandó derruir la sacristía de la basílica para construir en el solar su mausoleo. Y, en la reja que lo rodea, colocó su escudo de armas que contiene tres pares de colleoni. El mercenario, tras profanar la capilla-mausoleo con sus atributos, haría algo parecido a lo que yo hacía de niño en Loja, tras ver en el Cine Imperial una película gravemente peligrosa: correr a confesarme a la cercana iglesia de La Encarnación para poder comulgar al día siguiente y hacer los primeros viernes de mes. Las confesiones eran secretas hasta hace muy poco. Y el confesor sabía muy bien en qué apartado incluir los yerros del penitente. El sexto mandamiento era la estrella de los confesonarios. Hay quien sostiene que el lenguaje no se inventó para transmitir cómo se hacía fuego con un palito, sino para poder hablar de con quién se acostaba el vecino, de quién era manflorito, mariquita o semental sin fisuras. Quién había raptado a la niña del jefe de la tribu, y si estaba preñada. Si eras francotirador, y te habías cargado a 120 enemigos con tus flechas, tu espingarda, tu kalashnikov o con tu dron: tres avemarías de penitencia, pero si te masturbabas o interactuabas sexualmente más de la cuenta, el chaparrón de preguntas, admoniciones y castigos era abrumador. Mi amigo Alain Rausch, conocedor de lo que siento yo por la castidad -que es verdadera pasión-, me regaló hace unos años un libro clarificador: Les mysteres du confessionnal, manuel secrete des confesseurs. Al final, el autor ofrece a los confesores un cuestionario para interrogar adecuadamente a les jeunes filles que no saben, o no se atreven, a confesar sus pecados de impureza. La historia se repite ahora, pero en abierto y sin cura, con feministas, periodistas, antropólogos, ministras, sexólogos que se pasan todo el día sentados en sus confesonarios on line elaborando dilatadas listas de los géneros posibles, señalando lo que es bueno y malo y condenando cualquier conducta que se sale de sus esquemas teóricos en construcción. No les faltan datos, lo tienen todo en Instagram. Y luego tiran de Youtube o de Twitter para condenar a los réprobos a los profundos abismos del patriarcado original para que purguen eternamente sus pecados de todo género.

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