La vida nos lleva en mil y una ocasiones a rezar y dar con el mazo; a luchar por una libertad que nos oprime; y, en definitiva, a defender algo mientras hacemos lo contrario. Estima la RAE que el conjunto de proposiciones que al oponerse recíprocamente se invalidan es una contradicción. No hay que ser tan abstracto para ver un ejemplo. Este les sonará: nueva normalidad.

No es el único. Tengo un familiar que me 'prohíbe' hablar de la precariedad laboral de los demás hasta que no acabe por solucionar, o denunciar primero, la del sector de la información. Se queja con frecuencia, al grito de "¿¡pero tú cuánto cobras con los estudios que tienes, 'chavea'!?", a los periodistas que denuncian los indignos salarios del resto de trabajadores. Hay más gremios igual. Un amigo abogado se quejaba el otro día por las horas estudiadas de derecho laboral sin que tristemente se puedan aplicar ellos mismos la legislación cuando empiezan a trabajar.

Los políticos aportan las mejores 'contradicciones'. Mientras en Jerez, la Diputación de Cádiz, la Junta o el Gobierno abogan a la caridad de los ciudadanos, se aplican partidas presupuestarias desorbitadas para propaganda, en ocasiones inefectiva. Mis favoritos en cuarentena son los que piden únicamente dolor por las víctimas del coronavirus, cuando antes eran felices. Ni celebrar la no Feria del Caballo puedes ante la pandemia. Un amigo me decía: pero Madrid me coge más lejos que El Estrecho, ¿hasta ahora no tenía que llorar?

Hay miles de ejemplos de estas contradicciones, nos pasa a todos. En tiempos de pandemia aún más. El problema es que a veces no son contradicciones, sino mera moralina. ¿Alguien puede decir cómo conseguimos diferenciar las unas de la otra?

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